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La poética de la huella

La poética de la huella

Rosa Olivo

Por Jorge Zuzulich

Tal vez, como un modo de viabilizar el encuentro con nuestro propio pasado, la arqueología ha sostenido su labor a partir de la exhumación de las huellas, de los restos materiales que han posibilitado la reconstrucción de la memoria histórica compartida.
De alguna manera, la obra de la artista Rosa Olivo opera en un sustrato afín a dicho procedimiento, en la medida en que devela algo que había permanecido fuera de la escena hasta su intervención. Por lo tanto, el acto de pintar repetiría un gesto tendiente a recuperar las marcas de las formas que subyacen más allá de la superficie, las cuales parecieran emerger desde la profundidad de la tela como resultante de la dinámica del proceso artístico. Cuestión que acerca su productividad a ciertos conceptos esgrimidos por el romanticismo alemán en relación a la noción de símbolo: el arte intenta capturar algo de la infinitud (lo profundo, lo inabarcable) y, de manera infructuosa, sólo apresa lo finito (fragmentos de esa infinitud).
poética de la huella

Esta tensión entre plenitud y parcialidad es una de las claves estéticas de la obra de Olivo, presente de manera notoria en su más reciente producción. Quizá Encuentros I y Encuentros en el bosque ‒ambas de 2015‒ puedan ser leídas a partir de un sentido complementario pero, a su vez, como la expresión de una síntesis de los procedimientos señalados. En ambos casos, la forma irrumpe como consecuente de un primer movimiento: crear una superficie de color. Luego, la indagación, la búsqueda, permitirán la emergencia de una apariencia no referencial. En la primera, la resultante es un contorno que separa la figura del fondo, una línea que congrega el vacío en su interioridad, casi como un señalamiento que evidencia lo pre-pictórico: el dibujo. Líneas que ocupan, en ocasiones, ese interior casi totalmente despojado de color, como indicador de una profunda ausencia. En la segunda, el color ha capturado la forma emergente y la ha colmado de plenitud a la vez que, alrededor de alguna de ellas, se ha intensificado la cromaticidad del fondo, casi como una potencia que se libera a partir de la irrupción de la figura y que provoca una fuerte sensación de dinamismo.

Paul Klee señalaba que el sentido último de la pintura era «hacer visible la fuerza». De esta manera, en Alas (2015) la forma se arremolina, de manera centrífuga, desde el centro del plano hacia los bordes y es acompañada por rastros lineales inacabados que desarticulan el cierre monolítico de aquella. A la vez que ese «traer a la superficie» no es sólo una premisa que motoriza el advenimiento de la figura, sino que se corporiza en restos provenientes de otros contextos ‒lógica propia del collage‒. Pero también, una variación personal de la figuración aparece dentro de la propuesta de la artista, aunque en una clave sintética y estilizada, afín a la imagen expresionista. Torero (2015) es un fiel exponente de esta vertiente de su trabajo. La obra sostiene una denuncia que se hace forma: lo visible, el toro ensangrentado por las banderillas, señala de manera indubitable al responsable de un acto de suma crueldad que aparece desplazado de la escena.
Así, en la poética de Rosa Olivo, huella, figura, trazo, logran conjurar los clichés propios de la historia de la pintura en tanto disciplina, y de esta manera, permiten la emergencia de una imagen propia, singular, que lleva la impronta de su nombre.