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9 mayo, 2012

«Sabemos que, en la época actual, la autoridad del Nombre del Padre se ha debilitado. La violencia extrema, expresada con frecuencia a través de pasajes al acto, nos muestra que el pacto social encubre el terror y el asesinato. Los más variados empujes al goce se presentan en forma de una sobredosis generalizada que va desde la ingesta de drogas de todo tipo hasta el sometimiento compulsivo a los objetos de consumo».

Por: Guillermo  Apolo

Al comienzo de la película No Country for Old Men, conocida aquí como Sin lugar para los débiles, el veterano sheriff  Bell, que ocupa ese puesto desde los 25 años, reflexiona en voz alta: «Mi abuelo era un hombre de ley, mi padre también. Los sheriffs de antes ni siquiera portaban un arma de fuego. Mucha gente encuentra eso difícil de creer. No puedes evitar compararte con los viejos de antes. No puedo pensar cómo hubiesen trabajado en estos tiempos».

Y continúa: «Hace un tiempo envié un muchacho a la silla eléctrica. Mató a una chica de 14 años. Decían que fue un crimen pasional, pero él me dijo que no había pasión alguna. Me dijo que quería matar a alguien desde que se acuerda. Dijo que si lo soltaban lo haría de nuevo. Dijo que iba a ir al infierno en quince minutos. No sé qué pensar al respecto».

Y más adelante reflexiona«Al crimen que ves ahora es difícil tomarle la medida. No es que le tenga miedo, pero no quiero ser tan arriesgado como para salir y encontrarme con algo que no pueda comprender… Un hombre tiene que poner su alma en peligro… Se tiene que decir “está bien, seré parte de este mundo”».

En el capítulo V de El malestar en la cultura (1930), dice Freud: «… el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo».

Sabemos que, en la época actual, la autoridad del Nombre del Padre se ha debilitado; estamos en la época del «crepúsculo del deber», según la expresión de Gilles Lipovetsky; de la «inconsistencia del Otro», que deja al sujeto a merced de los imperativos del superyó y del retorno de los goces prohibidos —homicida, incestuoso y canibalístico—, sin los límites que impone el principio del placer.

La violencia extrema, expresada con frecuencia a través de pasajes al acto, nos muestra que el pacto social encubre el terror y el asesinato.

Nos encontramos con los más variados empujes al goce, que se presentan en forma de una sobredosis generalizada que va desde la ingesta de drogas de todo tipo hasta el sometimiento compulsivo a los objetos de consumo.

La configuración actual de la sociedad la expone como fragmentada, dispersa y —sobre todo— inconsistente, entendiendo por consistencia la estabilidad, la coherencia, la solidez.

En «El porvenir de una ilusión» (1927) Freud afirma: «… si una cultura no ha podido evitar que la satisfacción de cierto número de sus miembros tenga por premisa la opresión de otros, acaso de la mayoría (y es lo que sucede en todas las culturas del presente), es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad hacia esa cultura, que ellos posibilitan mediante su trabajo, pero de cuyos bienes participan en medida sumamente escasa».

La violencia, en la actualidad, está muchas veces precedida de la oferta del consumo, oferta permanentemente frustrada en amplios sectores sociales.

El superyó cultural contemporáneo aparece proponiendo «modelos individualistas eufóricos que invitan a vivir intensamente», como dice Marcelo Cohen, mientras se sofoca al sujeto con un imperativo de goce bajo la forma de «todo y ya».

El mundo actual nos hace creer que nada es imposible, al mismo tiempo que el desfallecimiento de la autoridad corre paralelo con la caída de los ideales comunes y la ausencia de ideas rectoras capaces de orientar. De esto resulta un estado de fragmentación, en el que la rotura de los vínculos deja a los sujetos más permeables al pánico y a la angustia, ante la ausencia de lazos afectivos entre ellos.

Como dice Eric Laurent, en el texto Variaciones de la cura analítica hoy: «La paradoja del mundo ilimitado es que hay un empuje a no tener más frenos en un goce que nos invade, y en que ahora nos hemos transformado —en este sentido por no tener estos frenos— en enemigos de nosotros mismos».

En el mundo contemporáneo, percibimos la crisis —y en ocasiones la ausencia— de instituciones que puedan poner un límite y transmitir normas, y grupos de niños y adolescentes sin un adulto que cumpla la función de tal, lo que lleva a preguntarnos cuál es el registro de la responsabilidad en el sujeto actual.

Es lo que muestra otra película de esta época, Paranoic Park, donde los adolescentes, sujetos a diversas formas de adicciones, son los que tienen que comprender y disculpar la inconsistencia y la flojedad de sus padres.

Pero esta inconsistencia produce violencia.

El crimen «para nada» está también acompañado de una tendencia suicida que no evita los riesgos; la expresión «estoy jugado», escuchada en boca de muchos delincuentes, muestra la entrega a esa inevitable e irrefrenable huida hacia adelante.

El discurso del mercado, por su parte, intenta vendernos la idea de que todo lo que el sujeto quiere lo puede lograr. Sin embargo, como psicoanalistas, comprobamos que el problema sigue siendo la pregunta por el deseo, pregunta que no se resuelve con el mandato paradójico de «hacé lo que quieras» ni con el exceso de consumo.

La apuesta del psicoanálisis en la época será permitir a cada sujeto la defensa de su singularidad para no ser aplastado por los mandatos del Otro social. Sabemos que la abdicación del deseo no es sin consecuencias para la subjetividad, y aun para el futuro de la civilización.

La violencia del mundo actual, como síntoma social, rompe con las reglas impuestas por el mercado y el discurso posmoderno, y denuncia la persistencia del malestar.

Será necesario que ese síntoma social pueda transformarse en una pregunta para cada sujeto implicado en él, y se abra así el camino del querer saber, que lleva al encuentro con un analista, quien deberá estar en condiciones de hacerse cargo de su acto y decidido a escuchar de qué forma se disfraza el inconsciente en la época. Como el sheriff  Bell, el analista deberá decir: «Está bien, seré parte de este mundo».

 [showtime]

Obras consultadas

Cohen, Marcelo, comentario sobre la novela Cocaína, revista El Perseguidor, N.º 8.

Freud, S., El malestar en la culturaOC, vol. XXI, Buenos Aires, Amorrortu.

Freud, S., «El porvenir de una ilusión», OC, vol. XXI, Buenos Aires, Amorrortu.

Laurent, E., «El Nombre del Padre: psicoanálisis y democracia», en Yves Charles Zarka (dir.), Jacques Lacan. Psicoanálisis y política, Buenos Aires, Nueva Visión.

Lipovetsky, G., El crepúsculo del deber, Barcelona, Anagrama.

Guillermo J. Apolo

  • Lic. en Psicología, Psicoanalista.
  • Coordinador del Equipo de Adultos del Hospital Zonal de Ezeiza.
  • Jefe de trabajos prácticos de la U.D.H de dicho hospital en las asignaturas «Psicosemiología» y » Psiquiatría» .
  • Docente adjunto del departamento de Psicoanálisis de la Universidad Argentina John F. Kennedy.
  • Magister en Psicoanálisis.