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13 junio, 2012

ENTREVISTA


El autor de Liova corre hacia el poder, La pasión según Carmela y La cruz invertida desgrana algunos de los secretos de su prolífica obra novelística, repasa varios de sus títulos fundamentales y se muestra enemigo de la experimentación literaria artificial. Asegura, además, que la mayor parte de sus novelas «contribuye a esclarecer hechos muy complejos».

Por: Carlos Algeri

Marcos Aguinis llega puntual a la cita convenida con El Gran Otro en una confitería que le agrada, según su propia confesión, «porque es un lugar tranquilo». Impresiona como un hombre sereno y amable, que vive un trance que para todo escritor conlleva una mezcla de placer e incertidumbre: la reciente aparición de una flamante novela. En Liova corre hacia el poder el prestigioso autor centra su mirada en la figura de León Trotsky, combinando elementos que resultan comunes en su narrativa: figuras históricas en su contexto, indagación psicológica y una estructura emparentada con el relato de aventuras sobre la cual reposa la historia.

Autor de once novelas, catorce libros de ensayos, cuatro libros de cuentos y dos biografías, da la sensación que la prolífica y ecléctica obra de Aguinis podría explicarse a partir de un par de fundamentos bastante sencillos: la necesidad de escribir para plantear interrogantes y la imperiosa pulsión que empuja al autor a sumergirse en los abismos existenciales de sus criaturas literarias, muchas veces tomadas de la realidad.

Liova corre hacia el poder es una novela tan intensa en su fondo como en su forma. Ese relato vibrante, ¿se trató de una elección deliberada o surgió espontáneamente?

En esta novela predomina el deseo de estrechar el vínculo con el lector, de contar la historia de una manera clara, comprensible. No tuve en mente intentar la experimentación, alterar la linealidad. Mi objetivo es respetar al lector, sobre todo en épocas en las que no se lee. En su momento, tuve la oportunidad de participar como jurado en distintos certámenes literarios, en los cuales se presentaban obras en las que se planteaban experimentaciones por nada. Eso no es arte; es artificio, no tiene valor.

¿Cuál fue el impulso vital que lo llevó a hurgar en la figura de Trotsky?

Lo más importante fue tratar de penetrar en la interioridad del joven idealista, en los motivos que lo llevaron a hacer lo que hizo. Recuerde que la novela termina cuando Trotsky toma el poder; eso fue deliberado. Una vez en el poder, su historia se tiñe de sangre, como ocurrió con otros tantos personajes: Robespierre, Danton. En Liova corre hacia el poder quise mostrar cómo el joven idealista no nace ya formado, sino que se va formando, mientras va experimentando con intensidad los avatares históricos de su época. No hay una visión idealizada o edulcorada de Trotsky. Liova lucha por establecer el Cielo en la Tierra y, como ocurre con muchos idealistas, termina preguntándose: «¿Esto no nos llevará al Infierno?». De allí que en la novela puntualizo sus contradicciones, por eso decidí utilizar distintas voces, como un recurso literario para mostrar las múltiples facetas que alberga un ser humano. En la primera parte, hay voces que narran su infancia. En la segunda, es el protagonista quien narra en primera persona sus conflictos. Además, Trotsky me sedujo por varias razones. Yo también fui un joven idealista y me interesó mucho el marxismo. En la medida que fui profundizando en la Historia, me di cuenta que el marxismo o el comunismo dejó de ser una doctrina para transformarse en una religión, con la consiguiente aparición de los fanáticos, de los talibanes. Hay sucesos históricos curiosos que merecen ser estudiados. Por ejemplo, en los juicios de Stalin contra sus camaradas, éstos aceptaban falsas acusaciones creyendo que se inmolaban en aras de su ideal. Lo que ocurrió con la historia de la Unión Soviética fue una posibilidad: el triunfo del comunismo. La otra posibilidad la encarnaban los socialdemócratas que, a diferencia de los comunistas, tardaban en tomar sus decisiones. Ahora, ¿qué habría ocurrido si triunfaba la socialdemocracia y no el marxismo? No tengo dudas que la historia de Europa habría sido diferente, sin el surgimiento de totalitarismos como el nazismo o el fascismo, ambos inspirados en el comunismo.

Enrique Jardiel Poncela, con su proverbial humor, sostuvo: «Historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es lo que sucedió». ¿Toma esta definición como un aliento para el novelista que, como usted, aborda a menudo temas y personajes históricos?

Sí, lo tomo como un aliento. Alguien sostuvo que la historia cambia y eso lo demuestran los historiadores. En la ficción ocurre que algunos autores violan los hechos. Yo, en cambio, cuando escribo respeto cuidadosamente los hechos cardinales. La ficción avanza sobre los espacios dudosos, oscuros de los protagonistas. Los personajes pueden ser inventados pero el contexto no.

Dos de sus novelas exhiben rasgos premonitorios: Refugiados: crónica de un palestino (1969) fue escrita en los meses previos a la Guerra de los Seis Días, mientras que La cruz invertida (1970) anticipa varios de los horrores de la última dictadura militar. ¿A qué atribuye esa condición?

Es una condición que me resulta misteriosa. Si en alguna novela se ha dado la premonición es porque ha venido así. Puesto a encontrarle motivos, supongo que será consecuencia de un razonamiento objetivo, basándome en los datos más importantes. En el caso de La cruz invertida existen otros aditamentos: estuve en Europa, conocí a Juan XXIII y tuve la posibilidad de seguir muy de cerca el Concilio Vaticano II. En los días previos a su realización, me explicaron el sentido que tendría y me anticiparon que uno de los temas de los que más se hablaría sería la pluralidad religiosa. De alguna manera, todas estas cuestiones están presentes en La cruz invertida.

La religión es un tema que aparece en varias de sus novelas. Además de La cruz invertida, Asalto al Paraíso (2002), La gesta del marrano (1991) y La conspiración de los idiotas (1978) exhiben matices vinculados con la religión. Graham Greene, católico confeso, sostuvo que «no podría creer en un Dios al cual comprendiera». ¿A usted le ocurre algo similar?

No soy religioso, soy agnóstico, aunque siempre me interesó la religión como una manifestación del espíritu humano que tiene efectos positivos cuando lleva a la solidaridad, al consuelo. Mi interés por la religión no es nuevo: en la antigua Biblioteca de Cruz del Eje, siendo chico, solía leer tanto La Biblia como El Corán.

¿Qué le interesaba en particular de esos dos libros?

La narración. No hay dudas que La Biblia es una antología de relatos. En el caso del Corán no es tan así, ya que se trata de relatos más breves; diría que es un sermonario bastante exótico. La Biblia, en cambio, desarrolla una larga historia en la cual los conflictos humanos están muy bien contados, desde la pareja inicial que suponen Adán y Eva.

Justamente el amor es otro de los tópicos de su novelística. Tanto en La pasión según Carmela (2008) como en Profanación del amor (1978) usted abreva en la pasión amorosa y deja entrever, confirmando lo que sostienen algunos autores, que los amores más atractivos para la ficción son los amores imposibles. ¿Me equivoco?

Es muy buena su observación… (Sonríe y hace una pausa). Es probable que tenga razón, que los amores imposibles sean los más atractivos para abordar en la ficción, pero en todo caso no fue un acto deliberado o premeditado antes de escribir ambas novelas. Se dio, simplemente.

Otra impronta de sus ficciones es el abordaje profundo y sutil del universo femenino. ¿Es consciente que a varios de sus colegas los aterroriza pisar ese territorio?

Sí, soy consciente. Aunque resulte sorprendente, cuando joven era muy tímido. Es por eso que hoy me arrepiento de muchas aventuras no consumadas (risas). Con el tiempo, me fui soltando de la manera que lo hace un tímido: arrojándome al agua aunque no supiera nadar. De algún modo debía salir a flote. Ese riesgo que suponía para mí el universo femenino me hizo estudiarlo, entenderlo. Muchas veces, las limitaciones son la base de un conocimiento fructífero.

¿Qué tiene mayor peso para usted a la hora de elegir el tema o la historia para una novela? ¿El conocimiento que tiene sobre esa cuestión o el impacto que pudo haberle causado?

En general, prima la segunda opción. En la mayoría de los casos, cuando un tema me impacta siento la necesidad de escribir sobre él. Después viene un proceso complejo que es el de contextualizar la historia, hallar los personajes, el entramado. Pero son gajes del oficio. También es verdad que, en algunos casos, comencé a escribir como si se hubiera producido una aparición. Pero esta opción es excepcional. Aunque siempre, como soy muy autocrítico, hasta que no pongo el punto final no puedo asegurar que la novela que estoy escribiendo vaya a publicarse. Recuerdo haber destruido los originales de una novela de la que llevaba escritas unas doscientas páginas. En definitiva, coincido que la mayor parte de las cosas surgen porque un tema va madurando en mi interior. Pienso que cuando escribo temas conocidos puedo hacer un buen aporte a la literatura y a la historia.

¿Los mitos históricos constituyen otra de sus obsesiones literarias?

No sé si llamarla una obsesión. Existe un gran desconocimiento histórico. Hay mitos inmortales y otros que, a lo largo de los años, se van diluyendo, se pierden. Los que reflejan los conflictos humanos sobreviven: los mitos griegos, la Biblia. Los mitos que pretenden construirse, no. Por ejemplo, el mito de Néstor Kirchner no puede perdurar. Incluso en el mito de Perón y Eva, es más fuerte el mito de Eva que el de Perón.

¿Cree que algunas de sus novelas llegarán a convertirse en clásicas, que en literatura podría equivaler al nivel del mito en la Historia?

No creo que alcancen el nivel del mito. Sí estoy seguro que la mayor parte de mis novelas contribuyen a esclarecer hechos muy complejos. Vuelvo a citarle el caso de Liova corre hacia el poder. No existe la intención de mitificar, sino la de hacer un corte entre el joven idealista y el político que, llegado al poder, se degenera. Mal que nos pese, aún cuando conocemos la historia, hubo un momento en el cual, al igual que Trotsky, Stalin o Mussolini fueron idealistas. Mi objetivo como escritor, entre otras cuestiones, es tratar de promover reflexiones en el lector e intentar entender qué pasó con esos personajes para que, siendo idealistas en un principio, tomaran semejantes virajes en sus vidas.

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