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29 septiembre, 2021

Marino Santa María: «La obra pública concluye con la existencia del que la habita»

Por Verónica Glassmann

Marino Santa María: «La obra pública concluye con la existencia del que la habita»

En el corazón de Barracas se encuentra una muestra de arte a cielo abierto: el pasaje Lanín. Entre sus calles estalla el color en la obra callejera de mayor relevancia de la Ciudad de Buenos Aires. Inicia en Brandsen al 2100 y culmina en Avenida Suárez al 2001. Tres cuadras de treinta y cinco casas intervenidas con formas abstractas que convirtieron al pasaje en patrimonio cultural y que le aportó al barrio una impronta atractiva y alegre. Todo comenzó a finales de los 90, cuando el artista Marino Santa María intervino la fachada de su taller. De a poco, los vecinos fueron pidiéndole que hiciera lo mismo con sus casas. Así, el pasaje se trasformó en una de las obras colectivas de arte público más visitadas de la Ciudad y se convirtió en un ícono del barrio.

 

Marino Santa María cursó sus estudios en las Escuelas Nacionales de Bellas Artes Manuel Belgrano y Prilidiano Pueyrredón. Fue rector de la ENBAPP y durante su gestión se creó la carrera de Profesor Nacional de Dibujo.

En Lanín 33, donde nació, tiene su taller, pinta, desarrolla sus clases y recibe la visita de escuelas, extranjeros, guías de turismo y de todos aquellos que deseen conocer su proceso creativo y cómo era Lanín antes del Proyecto. Fue distinguido como Personaje Destacado de la Cultura y es el responsable de haber cambiado para siempre la fisonomía de Barracas. El pasaje fue declarado Sitio de Interés Cultural y Patrimonio del barrio por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires en noviembre de 2014.

 

 

¿Cómo surgió el Proyecto Lanín?

El proyecto Lanín surge como una necesidad de establecer otro tipo de comunicación de mi obra. En el año noventa y ocho, había visto publicidad en la calle hecha con proyectores y fue algo que me interesó, pero lo decisivo fue que eso coincidió con un viaje a España y, al ir al Guggenheim de Bilbao, quedé impactado por cómo su arquitectura quebraba la estética de la ciudad. Hasta ese momento, Barracas, mi lugar de nacimiento, era una zona de fábricas que ya no funcionaban y de tangos que ya no se escuchaban; me pareció que nada de eso era representativo para este fin de siglo pasado. Entonces, decidí que mi obra abstracta, la que estaba realizando en el caballete, pasara a la fachada de las casas. Los vecinos, de algún modo, se fueron sumando. Cada uno elegía el diseño que quería. Fuimos limpiando los frentes y blanqueándolos. La primera parte, totalmente en pintura, abarcó unas treinta casas. Esos dibujos, que eran abstractos, terminaron dando lugar a la inauguración del Pasaje en el año 2001. En el intermedio recordé algo de mi infancia: una cena entre todos los vecinos. Espero, en cuanto pase la pandemia, poder rescatar eso y volver a repetirlo. Todos comiendo a lo largo de la calle y poder festear los veinte años de existencia de la obra de arte público calle Lanín.

 

¿Qué lo impulsó a querer salir del taller e ir hacia la calle?

En aquella época me impulsó la necesidad de crear una obra de gran dimensión y que incluya al vecino, que modifique la calidad de vida del lugar, que la estética se concluya con la presencia del transeúnte. Transitándola es recorriéndola, no viendo una fachada como un mural, porque no lo es. La obra es todo el conjunto. Sería una gran muestra a lo largo de la calle, como si fuera un gran canal de color. En ningún momento digo que cada fachada es un mural, sino que es una intervención. Teniendo respeto por las molduras de modo que las ornamentaciones propias de la arquitectura son cuidadas y resaltadas de color liso y sobre las partes planas solamente aparece proyectada la obra que proviene siempre del caballete.

 

 

 

¿Por qué los diseños son abstractos?

Los diseños son abstractos por una suerte de reacción frente a esa tradición de Barracas obrera y tanguera, y, además, coincidió con que yo estaba haciendo obra abstracta. Venía de admirar a algunos artistas en España y coincidía con parte de mi obra que, en algunos casos, era casi como automatismos, informalista. Eso me llevó a sentir la necesidad de hacer una obra que cambie el paisaje, que quiebre la supuesta tradición de Barracas y que sea la imagen del nuevo siglo. La tradición indica obreros y tango, pero yo nada de eso lo he vivido. Cuando nací en este lugar y a medida que crecí, las fábricas cerraban y, ya cuando entraba en la adolescencia, no existían prácticamente. Solo quedaban los edificios que hoy se trasformaron en vivienda. El tango no lo viví en mi casa. Sí viví en Europa ese arte de un fin de siglo, un arte de experimentación, abstracto, que influyó para mis cambios sobre todo en la parte técnica: dejé el óleo y comencé con el esmalte sintético; dejé el acrílico y empecé a trabajar sobre chapas de acero inoxidable; trabajé con materiales de la naturaleza y me quedé con el poliuretano y el esmalte sintético. Esos fueron cambios que marcaron cómo continuaría mi investigación en la pintura. Fundamentalmente, lo que se modificó fue mi vínculo con el espacio público en forma permanente. Hoy es una necesidad interna buscar espacios donde plasmar la obra en grandes dimensiones. Los diseños son abstractos porque así era mi obra de ese momento y así decidí llevarlo a la fachada, para quebrar la tradición con la que se identificaba el barrio.

 

¿Cómo definirías el arte público? ¿Cuáles serían las diferencias entre el mural y la intervención urbana?

El arte público es el que incluye al espectador, o al transeúnte, y modifica la calidad de vida, ocurre cuando se tiene en cuenta al espectador como habitante, no como un simple observador de obras. La diferencia con el mural es que, si bien utiliza el mismo soporte, hace que tenga un orden interno prácticamente como un cuadro de grandes dimensiones y se maneja con códigos vinculados a la pintura de caballete. Hay un punto de vista, un tamaño, una cantidad de órdenes más tradicionales que pertenecen a la obra de caballete. En cambio, la intervención urbana es crear una situación de recorrido y de incorporación del espectador. La obra concluye con la existencia del que habita, del que se suma a ese espacio donde está. Por supuesto que hay distintas manifestaciones de arte público, pero, básicamente, la que a mí me interesa es esta: donde el espectador queda incorporado.

 

 

¿Cómo se inserta el arte urbano en el circuito del arte?

Algunas intervenciones y manifestaciones artísticas han sido rápidamente incorporadas. Creo que todavía falta más consideración desde el circuito del arte a lo urbano. Hay, de algún modo, muchas veces un uso (en realidad, si hablamos de arte, no tendría por qué tener «uso», sino que tendría que ser la apreciación como algo disruptivo) que cuestiona. En realidad, el arte público que yo hago cuestiona la calidad de vida en la ciudad, el mantenimiento y la preservación, la conservación de aquellos edificios que merecen ser destacados, la no iluminación de los monumentos, lo que falta resaltar en todo el arte que está en la ciudad. Tenemos una ciudad que destaca, mucho más que en otros momentos, la arquitectura: la estación Constitución, Retiro, el CCK, la Casa Rosada, el Congreso, la confitería El Molino; también se destacaron los bares notables. Hay una interesante atención, pero siempre nos gustaría un poco más. También hay algunas obras, como las de Eduardo Pla en Puerto Madero, que han quedado un poco destruidas y abandonadas. Creo que faltarían las obras de arte en la arquitectura común, que los edificios de propiedad horizontal incorporen obras en sus entradas como en una época lo hacían. En la calle Lanín, los vecinos produjeron una cantidad de cambios a partir de lo que veían y de su participación, permitiendo intervenir y eligiendo lo que se colocaba. Es una experiencia vivida en el comienzo de la obra y ahora, con estos veinte años y la puesta en valor de la fachada, se nota el resucitar del entusiasmo del vecino por mantener la frescura de la obra.

 

¿Qué desea transmitir con su obra?

Quiero transmitir que, aun en las peores épocas, el arte merece estar en la ciudad. Salir de esta pandemia va a servir para que el arte esté afuera del museo más que adentro. Rescato que es una vertiente más del arte, así como lo ha sido el dibujo, el grabado, pero ha habido una tradición del mural que no fue rescatada. No existe en los diarios críticas del arte público, de murales. Creo que es la historia del arte público lo que falta ser contada. Hay fragmentos que se tomaron, solo es cuestión de reunir documentación y, así, veríamos que tenemos arte público muy rico en Argentina.

 

 

Este rincón de Barracas hoy tiene identidad propia y es una verdadera atracción turística que ha logrado sacar el arte a la calle haciendo que sea realmente accesible y popular. Una acción estética que ha unido a la ciudad con el arte, invitándonos a volver la mirada hacia el lugar que habitamos.