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21 marzo, 2012

TEATRO

 

Entrevista a la directora teatral Helena Tritek

 

Por Ludmila Barbero

 

Conversamos con la autora acerca del lugar de la mujer en el ámbito teatral y sobre su próximo trabajo, en el que se propone indagar la ferocidad del mundo de la infancia en la obra de Silvina Ocampo.

 

Trabajó como actriz en teatro, radio, cine y televisión en la década del 60. En teatro cosechó numerosos reconocimientos, entre ellos el Premio Konex 2011 y los premios ACE y Clarín a El diario de Ana Frank. En la actualidad se representan dos espectáculos dirigidos por ella en la cartelera porteña: El precio justo, de Arthur Miller, y En el cuarto de al lado, de Sarah Ruhl. El último toca el tema de los inicios del tratamiento de la histeria a partir de la invención de un vibrador a pedal.

El encuentro con Helena es un viernes por la mañana en el café Vittorio, cercano a su casa, en el barrio de Congreso. Julieta, la fotógrafa, me acompaña con la idea de retratarla mientras conversamos, pero la autora, por coquetería tal vez, nos disuade del intento.

Es una mujer de pocas palabras, sumamente reservada. Y, si bien no resulta sencillo acceder a ella, vale la pena procurarse los medios para hacerlo. En el diálogo lo interesante no se encuentra sólo a nivel explícito, sino fundamentalmente en una suerte de zona axial vagamente iluminada por algunas referencias que deja caer, casi como por descuido, cuando habla de lo que le genera placer a nivel artístico.

 

¿En qué momento se despertó tu interés por el teatro?

Cuando era chica, estaba en la secundaria y era lo que más me interesaba. Mis padres me propusieron que viniera al Conservatorio de Artes Dramáticas, que ahora se llama IUNA. Venía todos los días a estudiar.

Pasaste tu infancia en Bernal, en el seno de una familia que cultivaba la lectura. ¿Hay alguien que te haya orientado en el camino hacia tu vocación?

Los libros más que nada. Mis papás eran socialistas y también les interesaba la cultura.

¿Cómo fueron los inicios de tu formación?

Estuve tres años en el conservatorio, luego me echaron. Conocí a Heddy Crilla, y ahí me tuve que olvidar de todo lo que había estudiado. Eran dos tipos de formación completamente diferentes. Toda la vida estuve buscando, persiguiendo diferentes intereses…

¿Qué directores u otras personalidades teatrales o extra-teatrales considerás fundamentales como referentes en tu trabajo?

Bueno, personas que me ayudaron mucho fueron Inda Ledesma, una directora, actriz y profesora de teatro. Y, por otra parte, Heddy Crilla. Yo las veía como mujeres  sumamente activas, que luchaban en el medio. Era muy difícil en aquella época… Inda Ledesma dirigió un teatro, aparte. Las veía tan poderosas que me maravillaban.

En varias de las obras que dirigiste, como en Apassionata, El cráneo lleno de versos, De persona a Pessoa y en una de tus obras más recientes, El amante del amor, se da un vínculo entre teatro y poesía que me hace pensar, en una forma tal vez más explícita, en aquella frase de Heidegger sobre cómo todo verdadero arte tiende a la poesía. ¿Cómo concebías la relación entre estas dos artes cuando proyectaste la obra? ¿Pensás que esta vinculación se puede extender a todas tus obras?

El teatro para mí es poesía, está íntimamente conectado con ella. Los grandes trágicos griegos, Esquilo, Sófocles, escribían textos pensados para ser cantados. Eran textos poéticos. Yo considero que las palabras en el teatro son muy importantes. Las ideas también. Cuando invento espectáculos trato de orientar la creación hacia lo que me gusta. Ahora estoy con Silvina Ocampo, con sus cuentos, sus poemas. En este momento estoy empezando a desarrollar el proyecto. Y el punto de partida es una indagación sobre su biografía, sobre su vida. Me interrogo sobre qué es lo que me provoca, qué me despierta.

En una entrevista que publicada por Clarín en 2010 mencionás que el germen de una de las escenas de El amante del amor fue una pintura de Marx Ernst. Me interesa saber qué papel juega lo pictórico en la génesis de tus obras.

Me di cuenta de la conexión entre lo que había hecho y la pintura después, no cuando lo hacía.

¿Es decir que la obra estaba funcionando como un estímulo inconsciente?

Claro.

¿Podés contarnos cómo fue tu acercamiento al budismo  y de qué forma te ayudó a nivel personal y artístico?

Bueno, en términos personales, si una persona no se encamina hacia una búsqueda espiritual, para mí, hay algo muerto allí. Si no tenemos un hambre espiritual… El teatro, por supuesto, ayuda a despertarse a ese nivel. Hay diferentes  vías para ese despertar: puede tratarse de meditación, del contacto con la naturaleza, de la oración. Yo no soy budista, pero me interesan mucho los cuentos budistas. Las recopilaciones que he leído tienen mucho humor…

En tu última obra trabajás el tema del mundo de la sexualidad en el siglo XIX desde la perspectiva de una mujer. ¿En qué puntos considerás que esta mirada se halla presente en la mentalidad de las mujeres del siglo XXI y en qué aspectos pensás que pertenece al pasado?

La situación cambió muchísimo. Desde 1950, con la píldora, cambió todo. A partir de entonces comenzó a existir una libertad sexual que antes no había. Creo que hay muchas cosas que se están modificando, pero también hay que considerar que tenemos años y años de represión atrás. En la obra tratamos de retratar justamente eso.

Tomando el tema de ‘lo femenino’: ¿Cómo te insertaste y te insertás, como mujer, en el contexto de la producción teatral? ¿Considerás que sigue siendo más difícil para nosotras construirnos un lugar en un ámbito como aquél en el que desarrollaste tu carrera?

Cada vez más mujeres dirigen, más mujeres escriben… Se están ampliando cada vez más los contextos en los que es posible compartir cosas. Hay mujeres iluminadoras, mujeres técnicas… Los campos se van abriendo cada día más. En cuanto a mi inserción en particular, al principio fue difícil, pero es la situación que me tocó. Pienso que para las chicas nuevas es mucho más fácil.

¿Podés contarnos algo más sobre el proyecto que mencionabas acerca de Silvina Ocampo?

Es una visión de la obra de ella con algunos cuentos, algunos poemas, algunos pedazos de reportajes. Me propongo mostrar una persona diferente, imaginativa, con una ferocidad con los niños muy especial. Me gusta mucho su mirada. Hay un mundo cargado de gran crueldad en los niños… ese tema me interesa muchísimo.

 

La referencia a Silvina Ocampo y al mundo infantil retratado en sus cuentos me deja pensando en una suerte de afinidad electiva entre la obra de esta escritora y lo que Helena Tritek ha dejado entrever acerca de su carácter. La asociación me conduce a un cuento en particular: Amada en el amado, en el que una mujer procura penetrar en el mundo onírico de su amado y de cada una de sus incursiones obtiene un objeto decorativo, coleccionable y, en definitiva, inútil de la experiencia. Las palabras de Helena en la entrevista se presentan como raptos, como despojos al silencio, y me pregunto en qué medida el artista, como la amada del cuento, teje los retazos de su obra-sueño cuando se halla fuera de él, enla vigilia. Algo en el encuentro me indica cuán acertada era la expresión de Tolkien sobre el modo en que las obras de arte se construyen a partir del «humus de la mente», una materia azarosa, compuesta en gran medida por aquello que ignoramos saber.

 

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