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9 julio, 2013

Rafael Cippolini La abstracción es un virus

Abstracción del siglo xxi: ¿de qué hablamos, a qué nos referimos cuando hoy invocamos la abstracción? Apresuro una respuesta: nunca a la reducción a un movimiento o un estilo histórico, sino a un conjunto de síntomas más o menos dispersos y quizá —curiosamente— todavía intensos. Síntomas, es decir, advertencias, pero al mismo tiempo respuestas a una época. Pero ¿acaso no siempre fue así?

 

Enumero. 1. reserva formal, 2. utopía 3, cenestesia, 4. etnografía, 5. decorativismo, 6. relectura y, también, 7. iconoclastia.

 

Revisemos. 1. Reserva formal. Nostalgia. Nostalgia del invento más contundente que nos legó el arte moderno (un invento también llamado no-figuración). Nostalgia del modernismo, de todas sus expectativas, de sus buenas intenciones. Nostalgia de aquel futuro que no se parece mucho a nuestro presente. Queriendo ofrecer clasicismo, la abstracción invariablemente proporciona retro, tanto en lo gestual como en su reconversión en diseño. Nostalgia material. Sin embargo, su génesis no es tan dócil. Repasemos un poco las huellas de este origen. El historiador Wilhelm

Worringer impuso el término abstracción en 1907 o 1908[i], mediante una serie de hipótesis que enseguida ganaron adeptos, devotos que realizaron obras en esa misma dirección (me estoy refiriendo a artistas tan ineludibles como Kandinsky o Marc). O sea, primero fue la teoría; después, la imagen como consecuencia. En ese momento, Worringer no examinaba el arte de su tiempo, sino que proponía una revisión a la vez cultural e histórica. Sostenía que algunas sociedades antiguas amparaban una actividad notoriamente espiritual (la egipcia, por ejemplo, o las imágenes del Medioevo), procurándonos un arte de «superficies claras y planas», contrariamente a aquellas otras civilizaciones cuya empatía (Einfühlung) con su entorno, volcadas a una percepción exterior, produjeron visiones que podríamos denominar, contrario sensu, naturalistas. La mirada hacia el interior y la observación de lo exterior. No faltaba demasiado para que se pusiera de moda otro término, hasta ese momento inusual: figurativo, que implicaba algo decididamente retrasado para todos los que adhirieron a la buena nueva de la abstracción. No es un dato para nada menor que Kandinsky fuera teósofo. La modificación de la imagen no era más que una sinécdoque en pos de la conexión con un tipo de sociedad más espiritual. La abstracción como la proyección de una mirada interior.

 

Sigamos. 2. Utopía: etimológicamente, el lugar que no está ahí. Worringer identificaba el naturalismo con la ciencia. Quiero pensar ahora en la escena porteña de los años 40 y 50. En 1952, en la revista Sur, se debatía la preferencia por las denominaciones arte abstracto o bien arte no-figurativo[ii]. Tomás Maldonado veía la abstracción como algo superado, la definía como el último refugio de lo figurativo. Apostaba por otro mote: arte concreto. Kosice, proponiéndose poetizar la utopía —son sus palabras—, invierte a Worringer: la tríada arte-ciencia-tecnología se desplaza en la lingua franca de la no-figuración, el esperanto del futuro. Arrasando con la melancolía, en su sistema, abstracción y porvenir se fagocitan mutuamente.

 

Avancemos. 3. Cenestesia. ¿Por qué todavía sigue sin estudiarse al Op Art como primo hermano de la psicodelia? No se propone ser lisérgico, pero su exacerbada visualidad —tan afín a los efectos estroboscópicos— pertenece a la misma matriz estética de las experiencias lisérgicas. Cenestesia: ¿qué otra cosa es el arte que el elixir de nuestros sentidos? Psicadelia: expansión de la conciencia.

 

Vamos por más. 4. Etnografía. Releamos al poeta y crítico Juan-Eduardo Cirlot, que, duplicando la apuesta de Worringer, examinó la abstracción del paleolítico superior[iii]. Según su apuesta, la abstracción estuvo ahí desde antes de cualquier otro lenguaje articulado. En las formas más diversas. Alejandro Puente y César Paternosto, ahondando la genealogía de sus geometrías sensibles, advirtieron en los quipus precolombinos todo un mundo para investigar. Cuando Colón llegó a este continente, una peculiarísima estética abstracta le dio la bienvenida, sin que pudiera tomar debida nota de su existencia.

 

Más acá. 5. Decorativismo. Intimidad. Artes decorativas. El historiador Ernst Gombrich las subrayó como otro regreso al orden[iv], pero el artista Jorge Gumier Maier las entendió como un ejercicio de intimidad. El afecto de los espacios, el decorado geométrico de una peluquería de barrio de su infancia se disparaban desde la cita inconsciente (que arrojaba la mirada de la Historia del Arte a la lentitud propia de las palabras). Una geometría doméstica de resistencia en un escenario en el cual la teoría —en tanto escritura— se imponía frente a la visión.

 

Ya cerrando. 6. Relectura. Superponiéndose al punto anterior y prolongando el primero, el pintor y teórico Peter Halley descubre en la no-figuración geométrica el reservorio de todo tipo de diagramas. Pensamos utilizando síntesis geométricas, y el pensamiento posestructuralista —un autor como Foucault, sin ir más lejos— es una excelente oportunidad para probarlo. ¿Acaso un libro como Vigilar y castigar no pone en escena los efectos de un histórico conjunto de gráficos? ¿Acaso las ideologías de la arquitectura no deben entenderse en las propuestas de su geometría? Cuando el pintor Pablo Siquier analiza la obra de su antecesor Raúl Lozza como una práctica intimista, «inesperado capítulo del arte bruto»[v], ¿no pone en manifiesto un deslizamiento no ya formal sino semántico?

 

Para finalizar. 7. Iconoclastia. «Convertir a alguien en icono es convertirlo en una abstracción, y las abstracciones son incapaces de tener comuni­cación vital con la gente viva». La cita es del narrador David Foster Wallace[vi]. No importa si se refería a la figura arquetípica; en todos los casos, la abstracción es invariablemente distancia. Su colega Salvador Elizondo tuvo la abstracción como su más alta meta: nada que no sea imagen logra realmente ser abstracto.

 

Convertirse en abstracción es transformarse en una imagen intraducible.

Aun más intraducible.

 

 

Rafael Cippolini

Ensayista. Curador autónomo de arte. Actualmente prepara un libro sobre la obra del fotógrafo y guitarrista Yamandú Rodríguez, otro sobre Benito Laren y un archivo-instalación con el grupo Reynols. En la primavera pasada se publicó «Sabios y Atómicos», extenso relato que forma parte del volumen Historias del Fin del Mundo (Interzona).

 


Imprescindible la lectura (o relectura) de Abstracción y naturaleza (México, Fondo de Cultura Económica, 1953, 1966, 1975 y sucesivas).

Ver número doble de la revista Sur, 209-210, marzo-abril de 1952.

Juan-Eduardo Cirlot, El espíritu abstracto, Barcelona, Labor, 1965.

Ernst Gombrich, El sentido del orden. Estudio sobre la psicología de las artes decorativas, Madrid, Debate, 1999 (publicado originalmente en inglés en 1979).

Pablo Siquier, texto de catálogo para la primera muestra individual de Lucio Dorr en el Centro Cultural San Martín, octubre de 2000.

David Foster Wallace, Hablemos de langostas, Barcelona, Random House-Mondadori, 2007 (publicado originalmente en inglés un año antes).