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27 noviembre, 2018

Guatemala en alerta roja

Guatemala en alerta roja
Nueva erupción del Volcán de Fuego
Por Anabella Almonacid Fernández

 

El Volcán de Fuego de Guatemala, ubicado a sólo 50 kilómetros de la capital del país, entró en erupción por quinta vez en lo que va del año. Ante la nueva actividad, se declaró alerta Roja en Escuintla y la activación del Centro de Operaciones de Emergencia Municipal. Las explosiones generan columnas de ceniza que alcanzan alturas de 5 mil 200 metros sobre el nivel del mar, dispersándose hasta 20 kilómetros en dirección al Sur, Oeste y Sur Oeste. Las comunidades más afectadas por este fenómeno son Panimaché I y II, Morelia, Santa Sofía, El Porvenir, finca Palo Verde, Sangre de Cristo y Yepocapa. Hasta el momento, casi 4 mil guatemaltecos fueron evacuados de sus hogares.

El Volcán de Fuego es el más activo de Guatemala. Los científicos coinciden en describir que un volcán es un medio por el cual la tierra transporta materia y energía desde su interior hacia la superficie, como resultado del proceso de tectónica de placas. Desde su formación, hace 4.600 millones de años, el planeta se viene enfriando desde su interior, lo cual genera una transferencia de calor hacia el exterior. Debido a esto, la capa rígida más externa, que se llama corteza y tiene entre 10 y 35 kilómetros de espesor, se rompe como la cáscara de un huevo. Cuando esto ocurre, se puede liberar magma, que es roca fundida. La parte de la tierra que se funde es el manto terrestre, que es como «la clara del huevo», la cual genera «bolsas» de material fundido que buscan los caminos para salir a la superficie. Los volcanes son los lugares por los que sale todo ese material y no están distribuidos aleatoriamente, sino que hay lugares del planeta donde son más comunes, por ejemplo, a lo largo del Cinturón de Fuego del Pacífico, una de las zonas con mayor actividad sísmica y volcánica del mundo, que va desde la Patagonia, recorriendo todo el borde occidental del continente americano hasta Alaska y se desvía hacia el borde oriental de Asia, dibuja una especie de círculo que pasa por Japón, Indonesia y Nueva Zelanda.

Según el último informe, presentado el 23 de noviembre por el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (Insvimeh), el Volcán de Fuego presentó incremento de la actividad explosiva, «se registran avalanchas moderadas y fuertes hacia cinco barrancas y flujo de lava de 2 mil 500 metros. Las explosiones generan retumbos débiles a moderados con sonidos de desgasificación en lapsos de entre 3 y 8 minutos generando onda de choque débil». Cabe recordar, que la última erupción de este volcán fue el 3 de junio de este año y tuvo como saldo una potente erupción que provocó una avalancha de material ardiente, arrasó la comunidad de San Miguel Los Lotes, dejó 194 muertos y 234 desaparecidos. Junto con el Volcán de Fuego, Guatemala mantiene activos los volcanes Pacaya, 20 kilómetros al sur de la capital, y el Santiaguito, 117 kilómetros al oeste. Por lo que toda la comunidad nacional e internacional se encuentra a la expectativa de lo que pueda acontecer.

La naturaleza de la región centroamericana tiene una belleza única, pero también puede ser un lugar adverso para la vida cotidiana de la comunidad rural. A lo que se le suma un aumento de la tasa poblacional y la falta de políticas públicas y sociales para garantizar a todas las familias guatemaltecas el acceso a la vivienda digna. Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) de ese país, la población alcanzó en 2016 los 16 millones 470 mil habitantes, de los cuales el 40.8 por ciento tenía entre 0 a 14 años; el 55.5 por ciento, entre los 15 a 64 años; y el 3.6 por ciento, más de 65. Pero este dato no es nuevo y tiene su trasfondo en 1996, cuando el presidente guatemalteco de aquel entonces, Álvaro Enrique Árzu, prometió otorgar tierras a todas las personas que desearán volver al país después de negociar el fin de la guerra interna. Fue así, como comunidades enteras volvieron, principalmente indígenas. Sin embargo, a medida que se sucedieron los gobiernos esas promesas quedaron truncas y los «retornados» hicieron sus «champitas» a la vera de los volcanes, ríos o en donde pudieron.

En diálogo con este medio, la doctora de la organización latinoamericana y humanitaria «Tatu Guatemala» explicó que se mantienen preocupados por “las enfermedades infecciosas y epidemiológicas que vienen después de una catástrofe natural de esta magnitud”. En este sentido, la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (CONRED), organismo que históricamente se encarga de establecer los mecanismos a seguir en estas situaciones, declaró públicamente que «Guatemala registra cada 13.3 meses una catástrofe natural». De todas maneras, la barrera entre lo que se puede predecir y lo que no es muy fina. Un ejemplo de ello es el incendio forestal que se registra hace casi tres semanas en California, el más grave del último siglo.

Según estimaciones del Departamento Forestal y de Protección contra Incendios «el fuego está contenido en un 95 por ciento». Al cierre de este artículo, los focos más graves causaron la muerte de, al menos, 84 personas y destruyó casi 19 mil inmuebles, en su mayoría viviendas, mientras que 563 personas siguen desaparecidas. Esto lo convierte en el incendio forestal más letal y destructivo de la historia del estado, con miles de sobrevivientes que duermen en refugios superpoblados, automóviles y ciudades de tiendas de campaña improvisadas. Entre los dos incendios más grandes, conocidos como «El Camp Fire» del norte de California y el «Woolsey Fire» en el sur, quemaron conjuntamente más de 97.124 hectáreas.

Los incendios de Camp y Woolsey comenzaron el 8 de noviembre, potenciados por los fuertes vientos, falta de lluvia y sequía severas. Esas condiciones alimentaron ferozmente los incendios durante días. En su momento más rápido, el Camp Fire quemó un área equivalente al tamaño de un campo de fútbol cada segundo. Lo cierto es que de un lado y del otro de México, comunidades enteras sufren la acción de la naturaleza y la omisión de los hombres, que aún no pueden prever técnicamente y a ciencia cierta una catástrofe natural de gran escala, generada entre muchos otros factores por el cambio climático. En conclusión, no hay que cambiar el clima, sino el sistema.