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2 diciembre, 2011

Vueltas de la historia y cambio de época

Por: Maximiliano López.

Variaciones sobre la situación política y socioeconómica europea, estadounidense y suramericana ante la crisis del modelo neoliberal/neoconservador. Alternativas en torno a una inevitable reconfiguración del capitalismo.

La crisis económica y social mundial 2008-2011 dejó sin ropajes imperiales al mantra del fin de la Historia pregonado por Fukuyama inmediatamente después del fin de la URSS, en el que se enaltecía a las fuerzas económicas que gobernaban sobre la política y la sociedad. Se evidencia que es necesaria una nueva configuración en el sistema económico capitalista o, aunque sea, seguir consolidando una alternativa neodesarrollista y socialmente inclusiva desde la periferia (China, Rusia, Suramérica) frente a un modelo neoliberal/neoconservador que, pese a estar herido de muerte, sigue organizando sentidos en todo el globo.

 

Un fantasma recorre el mundo desarrollado

La profundización de la recesión, así como los megacortes presupuestarios a programas sociales y laborales en Europa y EE. UU., son una muestra ineludible de que el esquema económico imperante en los países llamados «centrales» está agotado. La respuesta social a este techo que ha tocado el neoliberalismo es un crecimiento exponencial de las movilizaciones en pos de resistir las mareas de ajustes y recortes en la inversión pública por parte de gobiernos que, a costa del deterioro de las condiciones de vida en gran parte de la sociedad, han tomado el camino de saldar deudas con fondos buitres, salvar los bancos endeudados, y eliminar el déficit achicando al Estado en prestaciones y beneficios a la comunidad. Consignas simbólicamente violentas que se repetían como dogma por estos pagos hasta hace apenas diez años.

Las movilizaciones y los incidentes en varias ciudades europeas se erigen en una clara muestra del fracaso social, económico y cultural que han dejado décadas de implementación de la doctrina neoliberal en lo económico y neoconservadora en lo social; altos niveles de desempleo, precarización laboral, recortes en muchas prestaciones sociales, disolución de los lazos comunitarios y alejamiento del Estado en cuestiones de promover bienestar. Lo individual superó al sentido de comunidad, y la economía relegó la política a ser una mera fachada, un medio para servir nada más que a la plutocracia.

En Reino Unido, por ejemplo, la política económica iniciada por el gobierno de Margaret Thatcher en 1979, que destruyó uno de los Estados de bienestar más sólidos y completos que hayan existido, no ha sido trastocada, más allá de algunos cambios cosméticos basados en superficiales transferencias de recursos a las bases socioeconómicas, realizadas durante los primeros años de la gestión Blair. El tan pregonado Nuevo Laborismo, hijo prodigo de la Tercera Vía de Anthony Giddens, terminó siendo fagocitado por un neoliberalismo que, a pesar de los problemas que ya generaba, como la gradual pero constante precarización existencial de las clases medias y populares, aún gozaba de buena salud por ese entonces. La Tercera Vía adoptada por los laboristas británicos, y la socialdemocracia europea en general, fue un oxímoron generado en los claustros académicos. Un instrumento legitimador más del libre accionar del mercado sobre la sociedad, que, a la vez, profundizó la derrota cultural de la izquierda y cualquier pensamiento progresista en el mundo desarrollado.

El Tratado de Maastricht, firmado en 1992, fue un factor clave que ató a la Unión Europea al paradigma de la desregulación económico-social y la reducción constante de la inversión pública, sin que importara el signo político de los gobiernos de turno. En ese encuentro, dentro del cual se sentaron las bases políticas y económicas para la unificación de todos los pactos precedentes entre los países de Europa occidental; los gobiernos de los países miembros, hasta ese entonces, de la Unión se comprometieron a respetar una serie de parámetros fiscales como, por ejemplo, establecer los déficits que surgieran en sus respectivos presupuestos dentro de un límite del 3% como tope, a cualquier costo. Ese acuerdo entre el poder político y la clase económico-financiera (que fue extendido al resto de los países que se han unido al bloque hasta la actualidad) es fundamental a la hora de tratar de entender la obcecación de los países europeos por ajustar indiscriminadamente recursos destinados a los sectores más desprotegidos en momentos de crisis económica. La clase política europea, alejada hace tiempo de la realidad social, es rehén de sus propios intereses y de los de un enorme sector financiero que ha crecido al calor del tan mentado boom económico europeo durante los ochentas y los noventas. Una burbuja de crecimiento económico especulativo que se consolidó con la mistificación de la ortodoxia neoliberal oficializada en Maastricht como única política económica a seguir.

Más allá de que Angela Merkel y Nicolás Sarkozy, políticos conservadores fuertemente alineados con el sector financiero europeo, estén diciendo por lo bajo que hay que reactivar gradualmente al Estado como herramienta de contención social, no parece que tengan mucho margen de maniobra ni la voluntad política suficiente para poner en práctica sus esbozos tímidamente orientados a otorgarles a sus Estados más facultades social y económicamente protectoras. Es más, se encuentran a la cabeza, en conjunto con la troika (triunvirato anticrisis de facto conformado por la Comisión de la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), del lobby a favor de la avanzada tecnócrata sobre los gobiernos mediterráneos.

A menos que las movilizaciones y los estallidos sociales en Grecia, España, Italia, Reino Unido, etc., finalmente se canalicen en un hipotético marco ampliado de acción política a nivel institucional, que incluya más o menos en forma activa a los sectores vulnerabilizados en la toma de decisiones, o al menos se sientan parte de ellas, la situación en la UE parece ser un callejón sin salida. Las últimas elecciones generales celebradas en España, donde ganó el derechista Partido Popular con el 43%, así como también las decisiones políticas tomadas en Grecia e Italia, orientadas a seguir otorgándole mayores concesiones al poder económico-financiero concentrado (ubicando, luego de las respectivas renuncias de Giorgios Papandreu y Silvio Berlusconi), como jefes de Gobierno interinos, a hombres de Goldman Sachs no indican lo contrario.

En EE. UU., las condiciones hegemónicas de las fuerzas del mercado cada vez son más puestas en duda por una porción creciente de la sociedad. Durante los últimos años, se han generalizado manifestaciones de varios sectores (empleados públicos, inmigrantes, precarizados, desempleados crónicos, pequeños ahorristas, etc.) que no quieren seguir viendo cómo se deterioran sus condiciones de vida. Sin embargo, Obama, transformado a esta altura en la eterna promesa de la renovación política estadunidense, a más de dos años de haber asumido, no sabe o no quiere poner un freno a la acción voraz del establishment financiero-industrial y militar que posee el verdadero poder en ese país desde los primeros años de la posguerra. Se heredó una deuda de proporciones gigantescas por parte de Bush II, y los demócratas no saben qué salida tomar.

Cualquier solución, aunque sea temporal, a su crisis de deuda es condicionada por los imperativos del Partido Republicano, que enfáticamente defiende a las grandes empresas, bloqueando medidas fiscales que pretendan que paguen más de lo que actualmente contribuyen. El lobby financiero/industrial/militar otra vez juega fuerte; se corrió tanto para la ortodoxia económica la discusión entre ambos partidos en el congreso que, en materia de evitar agrandar los números rojos, todo se redujo a ajustar mucho o poco menos que mucho. No se vislumbra ninguna solución que vaya más allá de seguir pateando hacia adelante la pelota de la deuda.

 

Suramérica: desarrollo económico con inclusión social

Frente a esta dinámica socialmente efervescente e inestable en lo económico, que parece presagiar cambios en el mapa social, económico y cultural mundial —donde vemos también que viejas instituciones económicas como el FMI están en duda a causa de su insistencia en seguir asesorando países en situación económica vulnerable con recetas de ajuste y desinversión de lo público—, se hacen más necesarias que nunca la coordinación y la aplicación de medidas anticíclicas y de transformación económica en Suramérica, así como en otros lugares del mundo en desarrollo. Medidas que estén orientadas a proteger lo conseguido en materia de derechos sociales, laborales y económicos, y también a seguir progresando en esas áreas.

La clave es seguir reconstruyendo al Estado como actor crucial en materia de actividad económica y que oriente a esta, en su justa y armoniosa medida, a la generación de más mercado interno, aumento de la productividad, empleo, ahorro y consumo, y que se convierta en árbitro en cuestiones de reclamos y protecciones sociales.

Como dijo Cristina Fernández en la última cumbre del G20: «Hay que volver al capitalismo serio». Desempolvar conceptos económicos keynesianos y «aggiornarlos» a la actualidad para marchar hacia un nuevo capitalismo regulado por los Estados soberanos, a fin de que, al menos en la región en que vivimos, no se generalicen nuevamente desequilibrios sociales ni económicos que pongan en riesgo la vida democrática.

Se debe afirmar, en un marco macroeconómico regional caracterizado por la implementación de medidas neodesarrollistas y una orientación de las relaciones internacionales hacia el paradigma «sur-sur», la nueva condición de los sectores públicos en la mayoría de los países suramericanos, pero no en su papel de conductores bonapartistas direccionados a no generar más brechas sociales, culturales ni económicas que las heredadas de los ciclos económicos pasados, sino de afianzar, paso a paso, una integración de políticas económicas heterodoxas para profundizar y darles continuidad a las transformaciones que se han venido gestando durante la última década. Así como también para demostrar, a nivel global, que existen otros enfoques políticos, sociales y económicos más reparadores, plurales e igualitarios que el tándem neoliberalismo/neoconservadurismo