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Zonas Reflejas

Zonas Reflejas
Muestra de Mónica Girón en la galería Barro
Por Jesu Antuña

 

Visitar Zonas Reflejas, la muestra de Mónica Giron en Barro es, literalmente, atravesar un umbral. No se trata sin embargo de ingresar en otro mundo, sino en todo caso en abrirse a la posibilidad de activar nuestras capacidades sensoriales y perceptivas. Es en este sentido que el lugar desde el cual acercarse a la muestra – a las obras, pero especialmente a determinada concepción del espacio – necesita del cuerpo concebido como espacio heterogéneo, atravesado por elementos animales como vegetales y minerales.

Con curaduría de Javier Villa y Santiago Villanueva, el aspecto espacial vehiculiza la muestra que, si a primera vista parece algo difícil, rápidamente se va abriendo al espectador para que este genere múltiples interpretaciones y recorridos. Pensado a partir del Feng Shui, el espacio contiene una armónica distribución de las obras, pero a su vez – y aquí uno de los aspectos más importantes – permite una heterogeneidad de vistas. Por esto es que dentro de lo que la artista llama UIOE (útil de interpretación, observación y entendimiento) hay tres grandes escaleras que permiten tener otra vista del espacio, con la posibilidad de movilizarse a través de él y de tener otro acercamiento a las obras, ya que muchas de ellas están colgadas en altura, como la impactante Cadena de sentidos, una pieza de cobre que cuelga sobre la sala y que se muestra como un elemento potencialmente capaz de ampliar nuestra percepción.

Como señalamos al comienzo, ingresar a la muestra es atravesar un umbral. Es que Umbrales es justamente el título de la obra que se encuentra en el ingreso a la muestra y que expone la problemática espacial de la Academia de Bellas Artes, que comparte edificio con el Museo de Arte Decorativo aun cuando – como señala la artista – sus ingresos son estructuralmente desproporcionados. Giron llevó a cabo un análisis del Feng Shui del edificio, primero con la necesidad de hacer visible esta problemática, que se hace evidente con la puesta que lleva a cabo la artista, pero en seguida para proponer una modificación de la fuente que está en el ingreso. De esta manera, dos dibujos en gráfico y lápiz de color, proponen reemplazar la fuente por un laberinto, ya que este sería un movilizador de energías.

Un aspecto a llamativo –aunque no tan fácil de apreciar rápidamente- es el hecho de que gran parte de la muestra está realizada sobre una de las paredes laterales de la galería, mientras que la pared enfrentada permanece intacta. Así, sobre uno de los laterales de la sala Girón creó Placas tectónicas, una pintura realizada sobre la pared de 34 metros de largo sobre 5 de altura, sobre la que la artista coloca Corredor de nado, un proyecto (¿imposible?) que se inicia en el Delta del Tigre y finaliza en el Parque de la Memoria de la ciudad de Buenos Aires, que con varias paradas durante su recorrido establecería una nueva comunicación con el ambiente natural, especialmente con el Río de la Plata. Sobre el corredor se van intercalando los nadadores, una serie de óleos sobre tela donde cada nadador representa un elemento, que se encuentra en armonía con el cuerpo humano.

Finalmente, sobre el fondo de la galería se encuentra El ciervo de los pantanos, una escultura de metal de color azul que representa la cuenca del Río de la Plata y que formalmente encuentra un parecido notable con el ciervo que habita esa zona. La escultura está colocada de manera tal que proyecta una sombra de grandes dimensiones sobre la pared del fondo, por lo que la pared se tiñe de formas que recuerdan el cauce de los ríos. El ciervo y su sombra, el animal que habita el Delta del río y que lo forma, en este ida y vuelta entre lo animal y lo natural es que Zonas Reflejas se abre a una multitud de vistas e interpretaciones, donde todo parece remitir a una nueva concepción de lo humano, ahora más cerca del entorno natural. Es en este sentido que Zonas Reflejas es un entramado de aspectos sensoriales, perceptivos y cognitivos, donde tienen asidero los elementos naturales y animales.

Si sobre la obra Corredor de nado planteamos la dificultad a la hora de realizar el proyecto, al menos en lo que hace a la agenda política actual, este imposible debe ser entendido – tal señalan Villa y Villanueva en el texto curatorial – en el sentido de que «la obra es un estadio anterior a que algo suceda, o aquello que en potencia empuja a que las cosas puedan pensarse de otro modo». Por esto es la muestra propone una serie de proyectos que implican transformaciones en el orden social, lo que necesitaría primero tanto de una nueva concepción de lo humano como de una nueva forma de entender la ciudad. Una ciudad pensada no ya como invento moderno de sociabilidad contrapuesto a la naturaleza, sino pensada justamente en armonía con ella. Sobre esos proyectos, que en verdad necesitan de un ajuste severo en muchas de nuestras propias concepciones, es que radica lo transformador de la muestra.