Entrevista a Adriana Rosenberg
Por Cristina Civale
Fotografía: Clara Elia
La Fundación Proa está a toda marcha organizando su reapertura con la gran muestra de Joseph Beuys para el 21 de marzo, luego del gran batacazo que fue la del australiano Ron Mueck. En ese ajetreo nos recibe Adriana Rosenberg, factótum y presidenta de la Fundación enclavada en los bordes de Caminito.
Hace dos años, Rosenberg cumplió su sueño de ampliar la Fundación y convertirla en el espacio blanco, de muestras bellamente montadas, con detalles de confort y buen gusto que siempre imaginó. Y se dio el gusto de llevar a Duchamp, quizás el sueño de toda su vida y de llevar a la Gioconda, con la que no se cansaba de fotografiarse cada vez que algún íntimo se lo pedía.
Pero los sueños siguen y al gran año que fue 2013 con la nueva asociación con la Fondation Cartier para el Arte Contemporáneo, alianza que permitió traer a Ron Mueck, suma ahora sus alianzas con Brasil, más concretamente, con el Banco Central, lo que permite que lleguen al fin del mundo muestras que, de otro modo, sería muy difícil financiar. Proa está auspiciada, como es de público conocimiento, por la empresa ítalo-argentina Techint y tiene lazos importantes con espacios de arte de Bérgamo, pero aun así el dinero no alcanza para traer todo lo que se quiere. ¿Y qué es lo que se quiere? Rosenberg no se anda con chiquitas y dice que todo. «Acá no hay nada, de modo que cualquier cosa que quieras traer siempre va a ser un gran aporte». Efectivamente, estamos muy lejos del mundo, al menos del mundo que abofetea con una muestra tras otra de arte contemporáneo y aquí nos conformamos con dos o tres (como mucho) muestras importantes, donde el ochenta por ciento desde hace años viene siendo un aporte de Proa.
Rosenberg apuesta a un 2014 perfilado en el concepto de instalaciones y de grandes figuras del pensamiento contemporáneo. Una gran sorpresa ―aún en negociación― será la del sociólogo Giorgio Aganbem, que cuenta en el país con un número de fans tan numerosos como los de una estrella de rock.
Rosenberg es generosa y huraña a la vez. Está abierta a la charla franca, pero se encapricha con que no le saquen ni una foto. Las quiere de lejos, en un plano general, donde no tenga que posar en lo más mínimo. Y es coherente, no es una mujer de la farándula, es una prestigiosa e imaginativa gestora cultural de cuya imagen solo importe el morbo de ver cómo luce. Pero ¿a quién le
importa eso si nos llena la vida de arte y del más vanguardista que se genera en el mundo?
Rosenberg piensa el año como un guion estricto de una película: «en Proa ―afirma― siempre hay una muestra importante de arte internacional, otra de arte argentino y otra de arte latinoamericano, más el trabajo de cuttiing edge del sitio específico que montamos acompañando cada gran muestra».
Fundación Proa, enclavada en lo que fue en su momento el arrumbado espacio adjudicado al Museo de Inmigrantes, se erige hoy como un espacio icónico del arte contemporáneo en nuestra ciudad. Rosenberg tuvo mucho que ver con las remodelaciones y con la elección del espacio, tan intensamente porteño: «La inspiración para hacer Proa es muy local. Hay un fuerte elemento de tradición que tiene que ver con La Boca. No es un barrio conservado, es un barrio de mezcla entre las casas originales y una serie de intervenciones realizadas a partir de los años treinta con una arquitectura modernista. Este proyecto es una reflexión para usar la arquitectura histórica como elemento de la contemporaneidad».
La Fundación es en sí misma como proyecto arquitectónico una obra de arte que este año refugiará los nuevos sueños de Rosenberg, que no se reducen a poco: un guion curatorial basado en las performances, alianzas estratégicas con poderosos entes de la región y del exterior, fundaciones pares con las que urdir las muestras y traer al fin del mundo aires de belleza y novedad. La comunidad, agradecida. Sin Proa y sin su factótum esta ciudad sería otra cosa. Otra cosa peor.