El saber travestido
Por Julieta Lorea
Fotos: Constanza Tagliaferri
Por las grietas del sistema educativo actual, se cuelan espacios alternativos que trabajan para un reparto más igualitario de oportunidades y recursos. El bachillerato popular trans Mocha Celis nació para que la población travesti y trans pueda terminar sus estudios secundarios y representa el primer proyecto educativo explícito para este colectivo en América Latina.
El modelo de educación sarmientino tuvo por objetivo alcanzar la razón para abolir la barbarie. Construyó una subjetividad basada en el hombre blanco, burgués y heterosexual. Esta imaginación excluyente sigue operando en el sistema educativo actual, que produce identidades legítimas y descarta aquellas que considera «anormales». Los procesos pedagógicos tradicionales continúan atravesados por la heteronormatividad y la regulación restrictiva de lo femenino y lo masculino. Un bachillerato para travestis e identidades trans no sólo llega para suplir el rol estatal con respecto a la educación, sino que significa la creación de un espacio de valoración y lucha por el reconocimiento social.
El bachillerato popular trans Mocha Celis surgió a partir de un encuentro entre el activista Agustín Fuchs y Mauro Cabral (Acción Global por la Igualdad Trans), cuando este le propone a aquel, quien ya tenía experiencia en educación popular, la idea de hacer un bachillerato orientado a travestis que no pudieron terminar sus estudios secundarios. Más tarde, se sumó al proyecto Francisco Quiñones, de la fundación Diversidad Divino Tesoro, quien contaba con personería jurídica y fue de gran ayuda para sortear los trámites administrativos y burocráticos demandados.
La diputada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires Diana Maffía, otra de las partícipes de esta iniciativa, sostuvo: «Es un modo de educación sumamente inclusivo y alcanza segmentos que quedan fuera de la educación formal. La idea de que sea inclusivo en razón de identidad sexual es muy importante porque, en todas las investigaciones que llevamos adelante, una de las primeras consecuencias del travestismo es el abandono de la escuela».
Luego de un plan de estudio estimado de 3 años, las alumnas y los alumnos se recibirán con el título de «perito auxiliar en desarrollo de las comunidades»; la oficialización de los títulos aún espera ser aprobada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
El Mocha Celis tendrá la característica de los bachilleratos populares que funcionan a partir de un modelo integrador, cooperativista y horizontal. Francisco Quiñones lo describió como un lugar donde «no hay alguien que tiene el conocimiento y alguien vacío de saber, sino que se trabaja de manera conjunta. Es más parecido a una mesa redonda que a una estructura jerárquica». Enseñarán personas trans y no trans, y se organizará con dos docentes por curso. Hasta el momento, hay treinta alumnas inscriptas; sin embargo, se estima que, con un trabajo territorial, que implica acercarse a los lugares donde las travestis trabajan y a las organizaciones donde militan, esa cifra supere las cien personas. El Mocha Celis comenzará a funcionar a comienzos del ciclo lectivo 2012 y contará con el privilegio de ser el primer espacio educativo de América Latina para personas trans.
La única opción
Si bien en el plano discursivo las minorías sexuales han logrado imponerse, llamando a la discusión e impulsando leyes favorables respecto de la necesidad de reconocimiento e integración social, como las ya sancionadas Ley de Identidad de Género y Ley de Matrimonio Igualitario, en el espacio cotidiano la comunidad travesti y transexual continúa al margen del trabajo y la educación, y arrojada a la prostitución, el analfabetismo y la pobreza.
No existen estadísticas oficiales sobre este colectivo pero, según datos recogidos por las mismas organizaciones trans, el 79% de las travestis y transexuales de la Argentina se encuentra en situaciones de prostitución (Apuntes para el análisis de los cambios y las continuidades en las formas de organización social y política de travestis y transexuales en Argentina, de María Soledad Cutuli). «El embudo que lleva a las chicas a la prostitución las aleja de toda opción, y les queda el cuerpo como única herramienta de trabajo. Si la prostitución es una elección, desde el bachillerato no se condenará esa actividad, pero debe ser realmente una elección, y hoy no lo es», aclaró Francisco Quiñones.
Según el estudio La gesta del nombre propio. Informe sobre la situación de la comunidad travesti en la Argentina, realizado por Lohana Berkins, y Josefina Fernández, en 2005, el promedio de vida de las personas travestis es de 35 años; las principales causas de muerte son, en primer lugar, la violencia policial, y luego, enfermedades de transmisión sexual e intervenciones quirúrgicas, producto de la inaccesibilidad de este colectivo al sistema de salud público. En cuanto a la educación, este mismo informe revela que el nivel de deserción escolar de la comunidad travesti duplica la proporción de la población general (mayor a 15 años) que no terminó sus estudios primarios. «Son muy pocas las travestis que logran tener una inserción laboral o seguir una carrera. Tiene que haber políticas de reconocimiento explícitas para un grupo que es tan vulnerable; si no, es difícil que esto se produzca espontáneamente», manifestó la diputada Maffía a El Gran Otro.
Una segunda oportunidad
El sistema escolar, lejos de presentarse como un espacio garante de progreso, ha sido un aparato de expulsión para las travestis. Al interior de las aulas, se ejercen procesos de disciplinamiento, violencia y discriminación, que las empujan al silenciamiento de su identidad o a la huida de la escuela. Virginia Silveira (futura alumna del Mocha Celis) cuenta a esta revista: «Yo soy travesti desde los 13 años, a los 14 ya estaba operada, y me costó mucho el secundario, me vivía cambiando de escuela, pensando que iba a encontrar alguna en la que me sintiera cómoda, pero nunca encontré. En tercer año dejé el colegio». Del mismo modo, Milagros Aldama, quien se desempeñará como profesora del Mocha Celis, relató: «Sentía la necesidad de expresar mi identidad pero me reprimía, sentía que no se podía, justamente porque veía cómo era el entorno. Sabía que, si decía algo, inmediatamente todo se iba a convertir en una situación horrible».
A diferencia de los gays y las lesbianas, que mantienen su género, las travestis atraviesan conflictos, que afloran entre los 8 y 10 años, respecto de una identidad autopercibida que no coincide con la atribuida. Las crueldad de los propios compañeros y compañeras, el llamado por el nombre del documento de identidad por parte de los maestros, la manera dual en que están planteadas las materias y los espacios son modos frecuentes de violencia en el trato cotidiano. «Una cosa es que tengas dificultades de tipo personal en tu carrera, en tu educación o en las relaciones interpersonales, y otra es que veas esos patrones generales de discriminación y marginación, que te hacen ser una entre muchas otras que sufren ese tipo de conductas. A partir de allí se lucha de otro modo, que no es la resolución individual», explicó Maffía.
Mocha Celis era una travesti tucumana que, en los años noventa, fue asesinada misteriosamente de tres tiros en la cabeza, luego de haber recibido reiteradas amenazas y mantener enfrentamientos con las fuerzas policiales. Mocha era analfabeta y, cada vez que en la comisaría la obligaban a llenar formularios, les pedía a sus compañeras que lo hicieran, aduciendo que ellas tenían mejor letra. Nunca reveló que no sabía leer ni escribir y murió sin saber hacerlo. «En otras instituciones, siempre se entregan títulos con el nombre de personajes muy distinguidos. En este caso es todo lo contrario, queremos reivindicar la figura de Mocha Celis analfabeta. Que las chicas puedan alcanzar este derecho básico que a ella le negaron», expresó Quiñones.
Una de las críticas que ha recibido el bachillerato está relacionada con argumentos que consideran este proyecto como segmentador y autoexcluyente. Nicole Cagy, futura profesora en el Mocha Celis, sostuvo: «El nombre es para que las travestis se sientan convocadas, pero a este bachillerato puede venir cualquiera, está abierto para todo el que quiera. Es un ejemplo para todas las escuelas en las que fuimos maltratadas o rechazadas, porque justamente se trata de antidiscriminación».
Las identidades no son productos naturales sino construcciones históricas y sociales. Ciertas identidades se perciben como ideológicamente legítimas, mientras otras llevan marcas, suponen diferencias y desvíos que deben ser «corregidos» como condición para el reconocimiento. Instituciones como la escuela refuerzan esta creencia naturalizada, produciendo estigmas y exclusiones; por eso «creamos este espacio, por un lado, para que esta demanda pueda ser escuchada, y las chicas puedan tener un espacio libre de discriminación, y por otro, para darle, por primera vez, valor a la identidad trans», concluye Francisco Quiñones.
Para más información: bp.mochacelis@gmail.com; facebook.com/mochacelis; tel. 1163532927.