La Bienal de Arte Joven. Arte y espectáculo
Por Jesu Antuña
El miércoles 25 de septiembre, el Centro Cultural Recoleta y el espacio que lo circunda, se vio tomado por el lanzamiento de la Bienal de Arte Joven, un evento que pone en escena la producción joven de distintas disciplinas artísticas.
Los días se alargaron bastante en la llegada de la primavera, aunque aún no tanto como para que a las 19 horas continúe siendo de día. Esa hora marca, quizá por algunos días más hasta la llegada del verano, la penumbra entre el día y la noche, la hora del vermut para muchos. Esa penumbra, eclipsada por las luces artificiales ya encendidas, es la que me rodea cuando después de bajar del subte camino por avenida Las Heras. Acelero un poco el paso para no llegar tarde, mientras en la caminata esquivo a varias personas: madres, chicos que me dicen que necesitan comer, un anciano que me pide una limosna, una persona que debe andar por los treinta años que detiene mi paso para ofrecerme un par de medias.
Doblo entonces por Uriburu, que más adelante desembocará en Vicente López, en esa frontera entre los vivos y los muertos que da al paredón del cementerio de La Recoleta. Después de rodear el Village, doy finalmente con Junín, calle que pasando por el ingreso al cementerio conduce al Centro Cultural Recoleta, lugar al que me dirijo para asistir a la inauguración de la Bienal de Arte Joven. En la intersección entre Vicente López y Junín se interrumpe mi paso. Un pasacalle marca la bienvenida a La Bienal, un control de seguridad valla gran parte de la calle mientras una persona a cargo del operativo revisa las mochilas de quienes ingresan. A mi lado, una mujer aprovechaba la llegada del calor para tomar una lata de cerveza –esas de color verde-, pero el operativo de seguridad le impide el paso, ya que está prohibido ingresar con bebidas alcohólicas. Nunca imaginé, me digo, que fueran necesarias tantas restricciones para ingresar a una bienal de arte, lo que me recuerda más bien al ingreso a un recital de rock.
Lo que me llama rápidamente la atención es el nivel de espectacularidad que presenta La Bienal. Quizá la definición que mejor se aplique a este tipo de espectáculo sea la de ostentoso. Sobre la izquierda de la calle Junín, todavía a la altura del cementerio, está instalada una feria editorial. En la caminata vamos encontrando diversos escenarios donde se están llevando a cabo recitales, performances, muestras de danza contemporánea, así como también un espacio dedicado a los niños. Después de llegar al escenario mayor, donde gran parte de la juventud se agolpaba, me dispongo a ingresar en el Centro Cultural para ver las muestras de artes visuales, que es lo que me interesa. En el camino, una chica me detiene para regalarme un paquete de yerba, no es que le interese regalarme la yerba especialmente a mí, sino que es una promotora que trabaja para una marca importante a la que está promocionando.
Una vez dentro, la estética sigue la misma impronta. Recitales, público ingresando a las salas destinadas a las obras de teatro, y varias colas de personas esperando por un vaso de vino, de Cynar o una lata de cerveza. Los espacios dedicados a las artes visuales están algo más tranquilos. La bienal divide la convocatoria de artistas menores de 32 años entre obras ya realizadas y en proyectos a ser desarrollados específicamente para esta oportunidad. En el primer caso, fueron seleccionados 25 artistas que forman parte de la muestra colectiva que ocupa las salas 3, 4 y 5 del centro cultural, y que cuenta con la curaduría de Tainá Azeredo, quien realizó su trabajo en diálogo con Joaquín Aras, Lucía Delfino, Osías Yanov y Pauline Fondevila, que estuvieron a cargo del comité de selección de los artistas. Los artistas de este sector participan de un concurso que les dará la posibilidad de realizar residencias en San Pablo, Medellín, Mar del Plata o Tigre. Más allá de esta impronta, que da forma de concurso a la sección, es importante remarcar el diálogo que se genera entre las obras, lo que da cuenta de un discurso curatorial – organizado a partir de los ejes memoria, cuerpo y ausencia – que posibilita apreciar ciertas líneas de trabajo en común entre los artistas.
En cuanto a la selección de proyectos, un comité compuesto por Alejandra Aguado, Pablo Siquier y Juliana Iriart, premió a El Bondi Colectivo, Sasha Minovich, Erik Arazi y Micaela Piñero, quienes desarrollaron muestras individuales. El colectivo El Bondi, de Tucumán, compuesto por Matías Zelarayán, Roque Manzaras, Maximiliano Romero y Emanuel Díaz recreó en el espacio exhibitivo un taller de producción de piezas del noroeste argentino. Durante La Bienal, será posible observar a los artistas trabajando en el taller, ahora ubicado en el Recoleta, recuperando una producción manual y de transmisión oral, que contrasta con la espectacularidad que propone el entorno. En la sala contigua, la propuesta de Sasha Minovich resalta por su carácter aparentemente vacío. Si el colectivo El Bondi recuperaba el oficio de la producción artesanal, la propuesta de Minovich consiste en recuperar otro oficio, el del pintor. La sala J2 se muestra a primera vista como un espacio inacabado, como si estuviese en proceso de pintura. Lo que puede verse, entre otras cosas, es un balde de pintura blanco, así como diversos materiales que remiten al acto de pintar. Residuos, salpicaduras de pintura blanca, se cruzan en una sala también blanca, donde pronto comenzamos a vislumbrar formas y dibujos que remiten a paisajes y formas pampeanas, que juegan entre lo visible y lo invisible.
La muestra más impactante, que no forma parte de las convocatorias mencionadas, es La civilización perdida, que reúne a los artistas Gabriel Chaile, Edgardo Giménez y Geraldine Schwindt y que cuenta con la curaduría de Laura Spivak. La sala Cronopios fue el lugar donde La Bienal mostró todo su despliegue. Los artistas fueron invitados con el fin de celebrar – así se lee en el texto curatorial – una muestra en conjunto que pone en relación sus obras. En el ingreso a la sala vemos desplegarse grandes muros de hierro, híbridos entre el grabado y la escultura, sobre los que Schwindt experimenta con diferentes materiales y procedimientos. Las placas tienen una textura que remite a un entramado simbólico y mistérico. Por entre los muros, varias obras de Chaile salen al encuentro. Realizadas en adobe, son contenedores industriales, tuberías, así como seres antropomorfos que remiten, de manera clara, a los pueblos del norte argentino. El corte del diálogo entre Schwindt y Chaile está dado por la imponente obra de Edgardo Giménez, una fuente con cascadas y un personaje central que se eleva por sobre ellas. El personaje está inspirado en Tarzán y la fuente mágica, película de 1949 dirigida por Lee Sholem. Si en el caso de Schwindt y Chaile el paisaje aparecía rodeado de misterio, la propuesta de Giménez contrasta por su carácter brutal, que remite a la cultura pop y al gesto irónico.
Lo cierto es que no es fácil hacer una lectura unívoca en torno a un evento de este tamaño. En todo caso, lo más interesante parece ser analizar la producción de los artistas jóvenes, no sólo en función de los materiales y de las características propias de cada uno de ellos – ya que las disciplinas son bastante heterogéneas – sino también en relación con ciertas temáticas a las que las obran remiten. Es posible apreciar una serie de intereses en común, que pasan por la investigación como práctica artística, por problemáticas de género, por la recuperación de los oficios y por características propias del suelo latinoamericano. Del otro lado, y como propuesta, La Bienal de Arte Joven no deja de ser un espacio para el espectáculo y la selfie, la apuesta más importante que el Gobierno de la Ciudad ha realizado en cultura. La crítica, sin embargo, no apunta a entender la cultura como un derroche, sino a la posibilidad de saber medir las apuestas económicas en un momento complicado para el país. Quizá la posibilidad de perder las elecciones ha impulsado al gobierno a invertir una suma muy importante en cultura en un barrio donde se siente más que cómodo. Y, en este caso, La Bienal de Arte Joven no deja de ser un caballito de batalla para el oficialismo.