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16 agosto, 2019

Los orígenes del arte contemporáneo

Por Luciana García Belbey

Los orígenes del arte contemporáneo

En Fundación Proa hasta fines de octubre se pueden apreciar las propuestas artísticas de Dan Flavin, Dan Graham, Sol LeWitt, Bruce Nauman y Fred Sandback, cincos pioneros del arte contemporáneo.

 

La muestra «Minimalismo, Posminimalismo y conceptualismo 60’ / 70’», curada por Katharine J. Wright, brinda la posibilidad de ver y experimentar algunas de las obras que sentaron las bases de lo que hoy consideramos arte contemporáneo. Las piezas exhibidas nos permiten rastrear hasta sus orígenes varias de las líneas y tendencias artísticas más extendidas entre las prácticas estéticas de la actualidad. Dentro del amplio abanico del arte conceptual, que surgió en esos años, podemos apreciar obras seminales del arte performático, las instalaciones e intervenciones espaciales; la idea del «site specific», la incorporación del espectador como parte fundamental de la obra, así como los juegos con el lenguaje. Manifestaciones todas, que tienen aún hoy gran vigor y absoluta vigencia.

Cada sala de Proa está destinada a un artista en particular, y, a partir de mediados de agosto, en la explanada del edificio, se podrá disfrutar también una instalación de Dan Gaham perteneciente a su serie de «Pabellones», especialmente diseñada para ese espacio. Este tipo de propuestas experienciales, que el artista desarrolla desde los 70’, desafían la percepción al estar realizados con espejos bidireccionales que son, a la vez, reflexivos y transparentes, y que cambian con la luz solar. De esta manera, los espectadores serán parte de la obra, al verse reflejados y ver simultáneamente aquello y a aquellos que lo rodean. Al igual que muchos artistas de su generación, Graham no sólo se dedica a la producción artística sino que también es curador y escritor. En 1964, fundó la galería John Daniels en Nueva York, donde expuso la primera exhibición individual de Sol LeWitt y mostró los trabajos de los artistas más destacados del minimalismo de aquellos años como Donald Judd, Robert Smithson y Dan Flavin.

 

 

La obra que nos recibe funciona como una llave que ayuda a comprender muchas de las obras siguientes: «Mi apellido exagerado verticalmente catorce veces» (1967) es una de las primeras obras que Bruce Nauman realiza con tubos de neón. Por un lado, la materialidad de la obra es exactamente lo que su título indica, pero paradójicamente este procedimiento de ampliar la escritura de manera exagerada la hace absolutamente ilegible. La imposibilidad de ver la «firma» del artista tiene profunda relación con una de las principales ideas que dan marco tanto al minimalismo como al posminimalismo, y sin dudas al conceptualismo, en tanto negación de la mano del artista en la realización física de la obra. De allí también el uso de materiales industriales, otra marca característica de estas tendencias. Asimismo, la literalidad descriptiva presente en el título es un recurso utilizado ya con anterioridad por Mark Rothko, para denominar sus enormes lienzos de campos de color, así como también por muchos de los artistas presentes en la muestra, como es el caso de Sol LeWitt en «Figuras Geométricas con Líneas en Dos Direcciones» (1979), nombre dado a una serie de pequeños bocetos en tinta y lápiz sobre papel, que pueden apreciarse en la tercera sala.

 

La firma exacerbada, puede leerse también como una ironía hacia la gestualidad propia del Expresionismo Abstracto, catalogado por la crítica de la época como el primer gran movimiento artístico netamente norteamericano, y que todos los artistas de la siguiente generación, incluidos los artistas pop, consciente y deliberadamente quisieron combatir. La idea del gesto exagerado es un recurso que también aparece en uno de sus videos más emblemáticos, «Caminando de una manera exagerada alrededor del perímetro de un cuadrado» (1967-68). En este film de 16 mm, y pionero de la «video-performance», se puede ver al artista en la soledad de su estudio, como lo describe el título, caminando de manera exagerada, como haciendo sucesivos «contrapostos», alrededor de un cuadrado delimitado sobre el piso. Otro guiño irónico, esta vez hacia el minimalismo que para esta época era ya uno de los movimientos centrales del momento, y cuyo ícono por excelencia será el cubo.

 

 

En sus manifestaciones más ortodoxas, que por cierto poco duraron, el minimalismo, además del uso del cuadrado y el cubo como formas geométricas primordiales, y la repetición a intervalos regulares como construcción gramatical por excelencia, de lo que buena cuenta da «Estructura de piso modular» (1966/1968), de Sol LeWitt, se propuso, asimismo, suprimir la escultura a sus estructuras mínimas, de ahí su nombre. Sin dudas, de los artistas presentes en esta muestra, Fred Sandback, con sus instalaciones realizadas con lanas, es quien mejor encarna esta idea. Su propuesta, invita al espectador a transitar sus obras, y descubrir esa sutil presencia de un material casi imperceptible, pero que, sin embargo, juega con la idea de monumentalidad ya que delimita volúmenes geométricos (ausentes) que ocupan prácticamente la totalidad de la sala.

 

 

Indudablemente una de las piezas más destacadas de esta exhibición es «Wall Drawing #332», de Sol LeWitt, realizada en crayón blanco sobre pared pintada. Formalmente tiene una gran relación con la serie de bocetos mencionados con anterioridad y también puede considerarse una pieza conceptual, en tanto que pone en tensión varias de las ideas tradicionalmente asociadas con la pintura. Por empezar no la realiza el artista, sino que a la manera de una pieza musical, LeWitt confecciona una «partitura» con instrucciones, algunas deliberadamente ambiguas para que el que la ejecute tome decisiones que impactan en el aspecto final de la obra. Para LeWitt, la colaboración es una parte esencial y enriquecedora del proyecto, en este caso la realización estuvo a cargo de Sarah Feinemam, Javier Ángel Ferrante, Santiago Contin, Jerónimo Mariano Veroa, Violeta Mollo, Román Tonizzo y María Florencia Valente. Esta es la segunda ejecución del mural, la primera vez fue realizado en 1980 en la casa de la viuda de Sandback.

A todas luces, la sala más atractiva e «instagrameable» de la muestra es la dedicada a Dan Flavin. Apenas atravesamos la puerta, quedamos deslumbrados por las vibraciones cromáticas que emanan de las instalaciones lumínicas que colorean el espacio. La luz es un componente inmaterial que excede al elemento que la produce y crea una atmósfera única. En la primera mitad de la sala se ubican como en un horizonte, una serie de cinco «atardeceres» (1964), dedicados a la pareja de artistas Charlotte y Jim Brooks. Las dedicatorias en los títulos de sus obras es una práctica sostenida a lo largo de toda su carrera. Las primeras fueron obras en homenaje a artistas que el propio Flavin admiraba como Jasper Johns o Vladimir Tatlin. Sus años como guardia de sala del MoMA, al igual que su formación en historia del arte fueron una gran influencia en este sentido. De hecho, estudiar en profundidad la obra de Kazimir Malévich, introducido por su colega y amigo Sol LeWitt, hizo que creara sus primeras pinturas monocromas enmarcadas con bombillas de luz. También el hecho de instalar sus piezas en las esquinas, como en las dos últimas piezas de esta sala, y que se relacionan con la ubicación que Malevich le daba a su legendario «Cuadrado Negro» (1915), lugar reservado para los íconos bizantinos.

Cualquier asiduo visitante a muestras en la actualidad está más que habituado a ver obras como las que se exhiben actualmente en Proa, pero es interesante proponerse frente a este tipo de propuestas una especie de ejercicio mental, e imaginarse lo radical que resultaron estas novedosas obras en aquella época. A su vez, poder experimentarlas hoy en día, nos ayuda a comprender muchas de las creaciones artísticas del presente.

 

 

Minimalismo, posminimalismo y conceptualismo / 60’ – 70’
Del 06.07 al 27.10.2019
Curaduría: Katharine J. Wright

Fundación PROA
Av. Pedro de Mendoza 1929,
La Boca, Caminito, Buenos Aires
De martes a domingo, de 11 – 19 hrs.

Fotografías cortesía de Fundación Proa, 2019 © Marcelo Setton y Patricio Pidal.