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Todo lo sólido se disuelve en pantallas

Por Camila Stehling

Todo lo sólido se disuelve en pantallas

En más de una ocasión, el arte ha sido el vehículo de las manifestaciones de su época. Como una cartografía, fue trazando las inquietudes de sus contemporáneos, haciendo alusión a fenómenos que hoy se reavivan tras el impacto de la pandemia.

 

Con el advenimiento de la pandemia conocida como Coronavirus (COVID-19), las sociedades se han visto alteradas de una manera altamente significativa. Muertes informadas a diario, aislamientos masivos, una economía que a duras penas puede sostenerse y sobre todo miedo. No solo al virus en sí mismo y lo que ya ha causado, sino al desconocimiento sobre éste. Y este último es un factor que inevitablemente resuena en un mundo globalizado, abastecido de nuevas tecnologías, que fomentan la sobreinformación. Es decir, la incomprensión se enfrenta a una Era en donde la vida privada deja de serlo, para pertenecer a la esfera pública, condenando así al secretismo bajo la exigencia de una sociedad que debe ser cada vez más transparente.

Sin embargo, estas herramientas de exposición, que mercantilizan la intimidad, también salvaguardan la cordura ante el aislamiento social, mantenido una conexión virtual con los afectos y la realidad que acontece por fuera de las paredes del hogar. Mientras que adentro de las mismas, se reaviva la autoexploración, los diálogos internos que debaten sobre las incógnitas que despierta el presente y el futuro cercano, además de las sensaciones corporales que emergen junto a la ansiedad.

Así es como la introspección pasó a tener un rol protagónico en este periodo. Al igual que lxs románticxs, surgidxs a fines del Siglo XVIII hasta mediados del XIX, quienes dirigieron su mirada hacia la subjetividad y el estado de vulnerabilidad, entre otras cosas, hurgando en las profundidades del ser humano, a través del poder de las representaciones. Estas últimas, que manifestaban lo sublime mediante las fuerzas de la naturaleza, el miedo y la soledad contenida a causa de un peligro inminente, también podían interpretarse como un intento por tomar el control de situaciones inhóspitas. Un comportamiento observable en la actualidad, porque sin importar la época, aquello aparentemente incomprensible y/o inabarcable aterra.

 

“El caminante sobre el mar de nubes”, Photo: Elke Walford © SHK, Hamburger Kunsthalle, bpk

 

De esta manera, configuraron una forma de transitar lo avasallante, el arte supuso un medio de superación y depósito del universo interno. Las palabras y las imágenes se convirtieron en el armamento de una lucha emocional, que tomaba lugar en un campo invisible a los ojos. Un gesto similar al que acudió el pintor alemán Caspar David Friedrich, cuando le vedó la mirada a la única figura humana presente en «El caminante sobre el mar de nubes» (1817), quien se mostraba con un taje negro, de espalda al público, parada sobre una roca observando un paisaje feroz, de colinas y nubes a punto de estallar. ¿Qué oculta aquel rostro, cuyo acceso se le ha restringido a lxs espectadorxs? Si bien abundan las teorías sobre su interpretación, su falta de identidad convoca a posicionarse en su lugar con el fin de descifrar este panorama perturbador de grandes dimensiones.

 

 

Esta clase de escenarios, con una fuerte carga simbólica, también fueron retratados por el artista argentino Humberto Rivas en su serie fotográfica «Paisajes» (1978 – 2004 apróx.). El claroscuro de las imágenes en blanco y negro le otorgó un gesto que roza con la nostalgia. El mismo sentimiento que se tiene al ver la obra pictórica «Ofelia» (1852) de John Everett Millais, inspirada en «Hamlet» de Shakespeare. En la cual exhibe a este personaje femenino minutos previos a fallecer, flotando en el río con los ojos entreabiertos en medio de la flora que puebla el hábitat.

Esta empatía es la que protagoniza dichas piezas de Rivas. Sin embargo, lo que más llama la atención es la soledad que despierta la ausencia de los cuerpos en los espacios domésticos, urbanos y públicos de intercambio social, observados en las fotografías. Una ausencia impresa en las sombras de las paredes, en los cojines de las sillas y en la frazada arrugada sobre la cama. Como grietas de un rostro, que hablan sobre el paso del tiempo, exponiendo la acumulación de experiencias que solo están presentes en el recuerdo.

 

Live streaming en Instagram performance art en work in progress, Photo: Natacha Voliakovky, 2020 © Natacha Voliakovsky

 

Sus obras son un reflejo anacrónico de las metrópolis contemporáneas alrededor del mundo, que aguardan el fin de la cuarentena para ser embestidas nuevamente por esos cuerpos que hoy se encuentran confinados. Lo mismos que al experimentar estos cambios abruptos, intentan adaptarse a un territorio que se ha tornado conflictivo. Así, surgen diversas maneras de supervivencia, como el método planteado por la performer argentina Natacha Voliakovsky en su seminario «Sobreviviendo a la performance». Propuesto antes de la confirmación del aislamiento obligatorio en la galería Lanzallamas y el cual hoy se dicta a distancia, bajo un título que en estas circunstancias ha cobrado un sentido altamente significativo.

Este método que se centraba en las particularidades de un lenguaje artístico, terminó manifestando técnicas que constituyeron un paralelismo con la realidad inmediata de las sociedades. En medio de su reflexión sobre lo indispensable en la acción performática, como también en los tiempos que corren, Voliakovsky expresó: «Para llevar a cabo una performance, se requiere de un entrenamiento personalizado para preparar el cuerpo y la mente en relación a su entorno. Además de un plan de recuperación posterior, que permita al individuo volver a su estado psicofísico y emocional anterior. La detección de los riegos, nuestras respuestas automáticas frente a estos y sus modificaciones necesarias para obtener una reacción más propicia a la supervivencia, son técnicas que hoy adquieren otro valor, al ayudar también a sobrellevar la situación actual».

 

 

La urgencia de representar lo atemorizante, la búsqueda de métodos estabilizadores que amortigüen el peligro y mitiguen el malestar, son herramientas para lidiar con el conflicto y dar luz a un periodo particular. Siendo el aislamiento social, parcial o total, uno de los temas que inquietan. No por su efectividad, sino por lo que acarrea en términos de salud mental, emocional y violencia de género, ya que a causa del mismo han aumentado los casos.

Esto lleva a preguntarse si se estará frente a un cambio de comportamiento prolongado entre las relaciones interpersonales y las prácticas, que requieren de las corporalidades. Como la performance, una de las más afectadas dentro del campo del arte. Tal como manifestó la performer: «En este contexto pandémico, de encierro y virtualidad, las obras en las cuales compartía mi sangre como en “Algo de mí vuelve a mí” (2019) o fragmentos de mi cuerpo en “La pieza del escándalo” (2018), hoy en día son irrealizables. Aquí entra en crisis mi producción y la de muchxs más». Sus palabras dejan en evidencia la atmósfera que se respira. Si bien las dudas se van acumulando día a día, solo pueden ser resueltas con el paso del tiempo. Y en épocas de espera, pareciera ser que la clave paradójicamente se encuentra en la Era que ha hecho de lo digital, el epicentro de la autoexposición y sobre todo de los vínculos.

 

 

*La linea editorial de la revista El Gran Otro acepta el lenguaje inclusivo por el que ha optado su autor.