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5 septiembre, 2015

«Busco el contraste pero también la unidad»

«Busco el contraste pero también la unidad»

Entrevista a Jill Nathanson

Por Margarita Gómez Carrasco

Abordar el tema de la pintura abstracta y su reescritura contemporánea me llevó hasta Long Island City en Queens, justo frente al East River desde el centro de Manhattan, para entrevistar a la artista Jill Nathanson, quien nos recibió en su taller. Jill estudió y desarrolló su trabajo inspirada en el movimiento American Color Field Painting ‒«Campos de Color», estilo de pintura abstracta que surgió en la ciudad de Nueva York a partir de los años ’50 y ’60‒. Actualmente, se está preparando para una exhibición que se realizará a fines de mayo en la galería Berry Campbell de Chelsea, dedicada a la pintura abstracta moderna y contemporánea.

Mientras recorremos su amplio taller, Jill nos dice: «Al principio Color Field me resultó estimulante, misterioso y experimental. Pero sentía que le faltaba el rango emocional que deseo y necesito encontrar en el arte. A partir de mis primeras pinturas abstractas de los ’70, traté de crear campos de color que conllevaran estados sentimentales más complejos. Las pinturas que realicé en esos años generalmente no se ajustaban al tipo de arte que se mostraba en las galerías ‒aun cuando estaba exhibiendo‒, pero esas viejas pinturas tendrían más sentido en el mundo del arte actual, en el que la abstracción tiende a ser más híbrida o incluso a estar en conflicto consigo misma».

La artista nos cuenta que en los últimos seis o siete años su trabajo ha dado un paso fundamental, y este ha sido como respuesta a los desarrollos que han tenido lugar en el campo de la pintura. «Aprendí especialmente de las obras de Thomas Nozkowski a superar el hecho de que una pintura tenga sentido… La pintura tiene que ir más allá, tiene que volverse ilógica. En estos últimos años aprendí a involucrarme con lo casual, a profundizar, a tener ideas nuevas a partir de lo casual. Mientras trabajaba en la instalación Genesis (2007-2010) comencé a jugar con los acetatos de colores que utilizaban los iluminadores, comencé a distribuirlos al azar, hasta por casualidad; los colores surgieron al superponer los acetatos. El color es un vasto universo de combinaciones posibles, combinaciones de escala, forma, secuencia, límites, todo esto impacta en el color. Pero mi meta no es una celebración de “lo casual”. Quiero que la pintura transmita la realidad afectiva de ver a través de un cuerpo vivo, pensante e intensamente emocional. Lo que persigo en cada pintura es la unidad idiosincrática, ilógica, del color arduamente buscado».

Jill pone el acento en lo que llama «deseo de color», esa cualidad del color que se extiende por toda la tela y nos lleva a buscar relaciones entre los colores que cruzan el campo de la pintura. Encontramos su antecedente y su inspiración en las complejas narrativas de las pinturas antiguas de Tiziano, en la forma en que el color se distribuye y la forma en que se combina. Nathanson enfatiza que ella viene de la pintura americana que lo cubre todo, lo que se llamó en un momento «pintura polifónica», en la que cada parte tiene el mismo peso. Respecto a la fluidez, dice que esta se encuentra en todos los cuadros que realiza, «pero al mismo tiempo soy consciente de los diferentes espacios que ocupa cada color. Estoy trabajando, al mismo tiempo, a favor y en contra de la cobertura total del espacio».

Desde el 2008 al 2010 trabajó en una instalación sobre el libro del Génesis. Jill quería lograr que el mundo saliera del caos a través de la luz, como en el relato bíblico. Experimentó con sábanas plásticas coloreadas, pero las encontró limitantes. Luego de finalizar la instalación, procedió a intentar que la pintura acrílica se comportara como las sábanas plásticas. Para lograrlo, usó poros transparentes gruesos para superponer colores; esto requiere paciencia porque el secado es lento: cada vez que se aplica un color, se debe esperar como mínimo un día hasta que se seca.

En el Bennington College, donde se formó, aprendió de Kenneth Noland, Larry Poons, Jules Olitski, y más tarde de Helen Frankenthaler, para evitar componer a través de tonos claros y oscuros, o a través de las formas, y darle al color un rol más importante. Jill también nos dice que para ella siempre existió esa tensión en la pintura de vanguardia en América, «para mí, esta es una forma de equilibrar, de superponer y de integrar». Insiste en que se trata de la tensión entre el todo y las partes. Ha trabajado arduamente con las transparencias y siempre ha encontrado una forma de integrar esos diferentes aspectos de la pintura, la contradicción dentro de las obras. «Busco el contraste pero también la unidad. Llamo “dinámica del color” a un empujar y aflojar de los colores que se atraen, se rechazan, y se influencian el uno al otro».

Al preguntarle si puede elegir una pintura de todas las que hizo ‒que la represente y que más le guste‒, nos muestra la que a continuación publicamos (Card Monte), y a la cual se refiere con estas palabras: «Creo que hay una relación muy agradable entre el peso de cada color y el de cada forma, y la manera en que interactúan entre sí. Hay un cierto dejo de verdad, como si fuera algo que siento físicamente. Honestamente creo que, para mí, parte del atractivo de estos materiales –aun cuando no lo piense conscientemente‒ es que estamos hechos de agua, hay tanta agua en nosotros, y a veces las pinturas realmente transmiten las energías del color y las cualidades del agua. Muchos artistas quieren crear una especie de vida en sus obras, pero yo creo que realmente encuentro una forma única de crear una sensación de vida en mi obra. Pienso que me caracteriza la manera en que ambas partes se atraen y rechazan, allí se encuentra cierta calidad humana».