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17 enero, 2022

Claves para ver a Jacques Rivette – EL ESPÍRITU LIBRE FRANCÉS

Por Maximiliano Curcio

Claves para ver a Jacques Rivette – EL ESPÍRITU LIBRE FRANCÉS

Nacido en 1928, Jacques Rivette se inicia en el mundo del cine como ayudante de Jean Renoir y escribe en diferentes revistas académicas especializadas, al tiempo que realiza sus primeros cortometrajes. Establece pronto una simpatía intelectual con el glorioso grupo liderado por Jean-Luc Godard, François Truffaut, Éric Rohmer y Claude Chabrol, conformando la inauguración de la llamada Cahiers du Cinéma, publicación cinéfila que va a sentar las bases de la teoría cinematográfica más preponderante del siglo xx.

 

Rivette se inicia en el mundo del cine escribiendo para revistas especializadas. Con vehemencia, avala algunos postulados teóricos enunciados por la Nouvelle Vague. Contrario al «cine de qualité» francés, admira los clásicos autóctonos de Jean Renoir, Jacques Becker y Jean Vigo, pero también el cine de John Ford; todos cineastas pertenecientes al olimpo cahierista. Igualmente, se siente identificado por nombres franceses contemporáneos, como Jean-Pierre Melville, de destacada tradición cinematográfica norteamericana.

 

 

Rivette se erige como un gran defensor de la política autoral, consolidándose como un cineasta con una voluntad de innovación estética cuya identidad artística alcanzada se iguala a la de un pintor o un escritor, quien hace de su arte un elemento de expresión personal irreductible. Su primer film (París nos Pertenece) va a tardar cuatro años en estrenarse y se lo considera una obra fundacional de la Nouvelle Vague. Se influencia de la teatralidad de Jean Renoir, de la comicidad de Howard Hawks, del cine negro expresionista de Fritz Lang y del tratamiento de suspenso de Alfred Hitchcock.

Sus temas más recurrentes son la dilatación del proceso creativo del artista, la dualidad entre la realidad y la ficción —espejadas en la vida y el arte— y la alienación de las personas cuando ocultan un secreto o enfrentan una conspiración en su contra. Su fascinación por el teatro es una marca indeleble, y posee una predilección por la puesta en escena y por revelar los múltiples sentidos acerca de cómo un autor representa la realidad en la pantalla. Estético de filigrana, hace un simbólico uso de la iluminación y del sonido, en dilatadas secuencias que se balancean entre planos generales y medios. El francés utiliza los diálogos con relevancia moral y ética, y es evidente que posee gusto por la improvisación de sus intérpretes, a quienes dirige de una manera esquemática.

 

 

No duda en mixturar géneros huyendo de los lugares comunes, y su impronta resulta rápidamente identificable al cine negro (París nos Pertenece, 1961), dramático (”La Bella Mentirosa, 1991), romántico (Loco Amor, 1969) e histórico (La Duquesa de Langeais, 2007), convirtiéndose en un emblema galo de su época. Sus personajes femeninos son el epicentro de sus películas, siempre interpretadas por grandes actrices, mayormente coterráneas: Anna Karina, Emmanuelle Béart, Sandra Bonnaire, Jane Birkin, Bulle Ogier, Geraldine Chaplin y Jeanne Balibar.

Detrás de su hermetismo narrativo, se desdoblan ambigüedades, aspecto que, junto a la llamativamente extensa duración de sus films, hace de Rivette un cineasta sumamente singular. Fallecido a los ochenta y siete años, obtuvo el prestigioso Leopardo de Honor en 1991. Sus colegas lo alaban, de forma unánime, como uno de los nombres más populares de la distinguida nueva ola francesa del sesenta.