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10 enero, 2012

Crímenes al atardecer

Por Walter Raymond

 

Todos los días llega la muerte a las playas. Pingüinos y lobos marinos son los más afectados, pero para la gente esto representa apenas un acontecimiento chiquito y olvidable en sus vacaciones. Si supieran que son asesinatos por dinero, cambiaría de opinión. O quizás no.

El cuerpo apareció de repente, flotando cerca de la rompiente. La deriva de las olas lo fue trayendo despacio en dirección a la playa. Mucho antes de que tocara la arena, me acerqué a los restos flotantes para intentar determinar la causa de su muerte. El cuerpo del lobo marino, un macho joven, no presentaba señales visibles de ataques o daños severos. Solo era visible una sospechosa fisura o corte en su región genital. Luego, ya depositado por el mar sobre la arena, pudimos revisar el cuerpo con detenimiento. Además de los signos de putrefacción de no más que unos pocos días y la extraña fisura o corte genital, un orificio perfectamente redondo en uno de sus costados llamó poderosamente nuestra atención. No es la primera vez que en la región se mata a lobos marinos machos para extraerles sus testículos.

 

Mucho más que mal olor en las costas

En el proyecto de creación de Área Marino Costera Protegida de Cabo Polonio, en Uruguay (mayo de 2009), ya se mencionaba —en su página 18— que en el año 2007 se habían detectado matanzas ilegales de lobos marinos para comercializar sus genitales. Las referencias de investigadores y pobladores costeros hablan de que eso seguiría ocurriendo, aunque no de manera intensiva. La razón es que unas pocas muertes se disimularían entre las muertes naturales y no llamarían la atención de las autoridades.

Sin embargo, es reiterada la aparición de cadáveres de lobos marinos con orificios de bala en las costas uruguayas y argentinas. En Marisol (Coronel Dorrego, Argentina), aparecieron este invierno varios lobos marinos baleados. Se desconoce si los disparos fueron antes o después de su muerte. En todo caso, los cuerpos no presentaban otro daño que varias perforaciones de armas de fuego.

Según los testimonios recogidos en ambas orillas, con solicitud de reserva de identidad, el uso de armas de fuego contra animales marinos es una práctica que se ha transformado en algo peligrosamente corriente. Los mencionados testimonios indican que algunos pescadores balean lobos marinos por considerarlos enemigos de sus intereses. El afán de estos animales marinos por obtener alimento los hace destruir redes y ralear la pesca obtenida.

En general, las personas evitan acercarse a estos cuerpos descompuestos, por lo desagradable de la situación y el olor. Si se pudiera revisar cada cuerpo que llega a la orilla, es probable que constatáramos una cantidad alarmante de lobos marinos asesinados. Cabe señalar que no existen registros ni estudios al respecto. Solo la oportunidad y la atención de algunos pobladores costeros nos permiten conocer y afirmar que el caso del lobo marino baleado que llegó a la playa en Rocha, Uruguay, no es la excepción.

 

Por unos dólares más

Los crímenes contra la fauna marina tienen causas diversas pero con algo en común: el factor económico. Se matan lobos marinos para extraerles sus testículos y sus penes, con los que luego se hacen productos de supuestos poderes afrodisíacos. Esta costumbre está muy arraigada en algunas culturas asiáticas. Buena parte de las muertes de animales en vías de extinción se debe a este tipo de creencias y supersticiones.

Cuernos de rinoceronte, genitales de tigre, focas, lobos marinos y otros animales son utilizados en diversas preparaciones, gastronómicas o medicinales, con la creencia y la esperanza de tomar la vitalidad de estos animales y compensar o incrementar disfunciones sexuales masculinas. No existen pruebas científicas fehacientes de que estos preparados generen los efectos esperados; serían simplemente placebos tan antiguos como la humanidad. Pero por ellos se pagan considerables sumas de dinero.

La otra causa de muerte es la competencia entre las especies marinas y los pescadores. Estos afirman que los lobos marinos han aprendido a romper sus redes para hacerse de un bocado fácil. Este hecho genera pérdidas económicas a la pesca artesanal, en la cual la embarcación y las redes representan el único capital de trabajo. Igual problema, pero con las orcas, lo tienen los pesqueros de altura. Hace un par de años, durante una entrevista a una bióloga especialista en cetáceos, ella me confió que estaban tratando de negociar con las autoridades para evitar que se balearan orcas con fusiles desde las embarcaciones pesqueras, con la finalidad de alejarlas o matarlas.

Los pesqueros asiáticos que navegan por el mundo no han abandonado la costumbre de pescar tiburones para cortarles la aleta y dejarlos morir en agonía. Es que la sopa de aleta de tiburón es un bocado delicioso para algunos paladares que pagan buen dinero por ella. Si usted ve un pesquero en un puerto, con aletas secándose al sol al modo de banderillas triangulares, es que estuvo asesinando la fauna marina de su país, y exponiendo su impunidad y los restos de sus víctimas.

Cabe mencionar otro aspecto que no es directamente económico pero debe incluirse en estas causas: la pesca incidental. Así se denomina la que no es buscada o esperada por el pescador, pero resulta inevitable. Cuando extrae sus redes, encuentra atrapadas especies no comerciales. Estas, en general, son devueltas al mar, pero ya muertas.

Este tipo de accidentes está poniendo en extinción al delfín franciscana. En la región del sur de Brasil, Uruguay, el Río de la Plata y costas argentinas desde Buenos Aires hasta el Río Negro, habita una especie de delfín pequeño, tímido y de coloración marrón oscura. De allí proviene su nombre, por la similitud con el hábito de los monjes franciscanos. Este mamífero marino habita en la franja marina inmediata a la costa, lugar de faena de los pesqueros artesanales.

Si bien la causa de muerte no es directamente económica, por ser incidental, sí lo es la decisión de pescar con redes que no permiten que ciertas especies puedan liberarse o sobrevivir. El costo de estas redes es prohibitivo para un pescador artesanal de subsistencia. El Estado tampoco aporta los medios para evitar la incidentalidad y así, aun con el dolor de saber que se están matando especies sin quererlo, el pescador tira sus redes al agua. Comer o no comer es la cuestión.

 

Recursos pesqueros

Si bien existe legislación pesquera que limita o prohíbe la pesca de determinadas especies, y establece zonas o vedas temporarias, sabemos que mayormente no se cumple, por falta de fiscalización y desidia. Los permisos de pesca se conceden por su valor económico, y no por un criterio de protección y manejo de los recursos naturales, en este caso pesqueros. Lo que importa es cuántos dólares ingresan a las arcas del Estado por permisos de pesca; después los funcionarios se desentienden.

Es así como poderosas flotas pesqueras extranjeras operan en aguas territoriales argentinas y uruguayas, optimizando su inversión con redes de arrastre. Este tipo de pesca es depredatoria y criminal. Las redes llegan hasta el fondo marino, a 200 y más metros de profundidad, arrastrando y encerrando todo lo que encuentran a su paso. En el momento de izar las redes, solo toman las especies que fueron a buscar y de buen valor comercial; el resto es eliminado por la borda. Estudios realizados en Argentina estiman que un porcentaje, entre el 60% y el 80% de cada lance, se arroja al mar. Allí van la fauna bentónica, que es la que habita en el fondo marino, la destrucción de los corales de agua fría, recientemente descubiertos en el mar territorial uruguayo, y miles de especies que, por no presentar valor comercial, son condenadas a muerte.

Ante esta brutal depredación, resulta lógico que lobos marinos, orcas y pescadores compitan ferozmente por las migajas que dejan las flotas pesqueras, generalmente extranjeras, en nuestro mar. Como vemos, los ingresos por permisos de pesca en aguas jurisdiccionales no pagan el daño ecológico y social que provocan. Pero a muy pocas personas parece importarles.

 

Los muertos que nadie quiere ver

Basta recorrer la costa, lejos de las playas céntricas, para comprobar la magnitud de la muerte de animales marinos. Muchas de estas muertes son naturales o debidas a grandes tormentas; otras no. Decenas de pingüinos, lobos marinos y algunas ballenas llegan muertos a las playas de Rocha, en Uruguay. No existe una política oficial tendiente a determinar las causas de esas muertes. Apenas un puñado de organizaciones no gubernamentales intentan hacerlo, pero no pueden cubrir 350 kilómetros de costas. Igual pasa en Argentina.

Unas pocas organizaciones intentan documentar la tristeza… Este año, al menos dos cadáveres de ballenas llegaron a la costa de Uruguay; una de ellas tenía huellas de cortes por la hélice de un barco. Todos los inviernos hay pequeños y sospechosos derrames de petróleo o derivados en las costas uruguayas. La aparición de fauna marina empetrolada se repite, y pingüinos, aves y lobos marinos son los más afectados. Apenas un par de organizaciones tratan de salvar algunos animales y enterrar la mayoría, pero esto es noticia por uno o dos días, después no interesa. Las autoridades pueden, en algún caso, dar un comunicado vago e insustancial; nunca se averiguaron las causas y nunca se detuvo a los culpables. Parece que estos hechos no son relevantes.

En Argentina son varios los casos de ballenas muertas en las costas. Algunas han presentado heridas de hélices de barcos. Incluso se han documentado colisiones de ballenas con buques en operaciones. Como la ley dice que se debe tener cuidado, pareciera que con solo esta advertencia alcanza. Otra vez, son las escasas organizaciones las que tratan de determinar las causas de esas muertes. También en la costa argentina se suceden los derrames de petróleo y derivados. En algunos casos, atribuidos a fallas técnicas de naves y boyas petroleras; en otros, a vertidos ilegales. La fauna empetrolada solo es noticia por uno o dos días, y luego todo pasa. A casi nadie le interesa.

Sabemos que nunca pasa nada con estos temas. Pero este artículo quiere hacerte llegar la muda queja y la silenciosa agonía de la fauna marina. Esa que muere cada día ante el silencio y el olvido de la mayoría.

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