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10 febrero, 2012

¿Liberación cultural o deseo?

Cuando las mujeres son las infieles

Por: Gimena Rubolino.

Es llamativo que en algunos países, como Irán, el engaño femenino sea pagado con la propia vida, mientras que en otros sea aceptado y hasta cometido sin remordimiento. Un llamado a la reflexión.

Hace más de dos generaciones, la mayoría de las mujeres dependía económicamente de sus maridos: no trabajaban, se casaban vírgenes y se dedicaban exclusivamente a las tareas del hogar. Muchas de ellas ni siquiera gozaban de una sexualidad plena. Al incursionar en el mercado laboral, la figura femenina ha logrado una mayor apertura y libertad en todos los ámbitos, incluido el sexual. Por este motivo, es muy frecuente que muchas mujeres lleguen a la consulta psicoanalista con la siguiente afirmación: «Estoy casada y tengo un amante».

¿Por qué engañan «ellas»?

Los motivos de una infidelidad pueden analizarse desde dos perspectivas distintas: una cultural y otra psicoanalítica; aunque en algún punto ambas están entrelazadas, porque todo sujeto está ligado a una cultura en particular. Pero los motivos individuales sólo pueden detectarse a través de una terapia psicoanalítica.

La psicóloga Fabiana Dzioba refiere que en la actualidad impera un modelo de mujer diferente del de antes, con significaciones particulares. Citando al sociólogo y analista Gilles Lipovetsky, en su libro La tercera mujer, afirma: «En la actualidad presenciamos un modelo de mujer que, a partir de su creciente independencia en lo laboral, su desasimiento de los roles estereotipados de sumisión a las tareas del hogar y cuidado de los hijos, su independencia económica y autonomía con respecto al hombre, promueve asimismo una mayor legitimidad de la libertad sexual, la cual se autonomiza con respecto a la moral, dejando ya de constituir tan fuertemente un conflicto de fuerzas como podría haber sido años atrás, con una respuesta social condenatoria del acto de infidelidad, entre otros. Es decir que lo que antaño era privativo del hombre pasó a ser buscado por la mujer en un plano de igualdad de derechos».

De ahí que uno de los motivos podría ser la necesidad de ser igual que el hombre; la necesidad de correrse de esa posición inferior a la que estuvo sometida tantos años.

La licenciada Dzioba agrega: «Por otra parte, en una sociedad en la cual el individualismo cobra cada vez más una dimensión sobrevalorada, podría significar un imperativo la necesidad de realización del deseo individual y la ganancia de libertad, por sobre el mantenimiento del vínculo o de la pareja».

La perspectiva psicoanalítica

Siguiendo a Jaques Alain Miller, en Lógicas de la vida amorosa, la licenciada en Psicología Mercedes Salinas explica cómo Freud dice que una mujer, dentro de un matrimonio, si no reconoce su propia alteridad, respecto de este «ser otra para sí», estructural de la sexualidad femenina, podría lanzarse a la infidelidad para reencontrarse con su alteridad.

El mismo autor, en El hueso de un análisis, afirma que «el modo de gozar de una mujer implica que su pareja le hable y la ame (…) que él sea aquel al que le falta alguna cosa, y que esa falta lo haga hablar». En la sexualidad femenina, la demanda de amor ocupa un lugar central, con un carácter absoluto. Además el amor es inconcebible sin la palabra, y para gozar es preciso amar.

En el mismo texto, Miller ubica un cambio de época en el cual la mujer tiene más libertad, la virginidad femenina perdió valor, hay cierta tendencia a la igualdad de sexos y a la desvalorización del amor.

A pesar de ese cambio de época, desde el psicoanálisis no se podrían ubicar modificaciones en lo estructural de los planteos desarrollados hasta aquí. En la experiencia clínica se observan desvíos ligados a los discursos imperantes del «todo es posible», y el uso y abuso de objetos de consumo (gadgets) que producen cierta creencia en la posibilidad de «satisfacer todos los deseos».

Además, la licenciada Salinas, siguiendo a Freud, explica algunas diferencias del concepto de infidelidad en el hombre y en la mujer. Freud aclara que hay algo en la naturaleza de la pulsión sexual que resulta desfavorable a la satisfacción plena. Siempre que se introduce el tema del objeto originario perdido, por obra de la represión, este intenta ser subrogado por una serie de objetos sustitutivos que podrían ser interminables y nunca producen una satisfacción plena.

En los hombres, da el ejemplo de la disociación entre la corriente tierna y la sensual; ellos podrían mantener relaciones satisfactorias con mujeres tomadas como objetos sexualmente degradados, y sentir coartada su actividad sexual respecto de una mujer respetada. Se desarrolla allí una degradación del objeto, necesaria para el goce, donde el amor y el deseo divergen hacia dos objetos.

Del lado de las mujeres, en cambio, aparece la infidelidad en otras circunstancias. No se menciona la necesidad de degradación del objeto. Existe una mayor tendencia a mantener relaciones con el modo del secreto, ligado a la prohibición como condición (aunque no sean ilícitas dichas relaciones). Esta modalidad del secreto permite consagrar al amante una fidelidad de segundo orden. Se ubica en la mujer la predominante convergencia entre el amor y el deseo.

Freud formula a la mujer como un tabú general, la define llena de misterios, extranjera… Ubica como equiparables el requisito de prohibición en las mujeres y la necesidad del objeto sexualmente degradado en los hombres.

Como conclusión, vale la pena plantear el siguiente interrogante: ¿Se puede prevenir una infidelidad?

Desde la perspectiva psicoanalítica, no hay nada que pueda hacerse para prevenir una infidelidad. Sin embargo, la licenciada Dzioba explica: «Si la fidelidad dentro de una pareja constituye un bien valorado, entonces habrá que realizar un trabajo diario que permita sostener el deseo en relación con ese otro con el cual se comparten diariamente muchos aspectos de la vida cotidiana. La comunicación, el respeto por los tiempos del otro pero también por el tiempo compartido, las relaciones sexuales satisfactorias, la confianza mutua y la realización de proyectos comunes, entre otros, podrían constituir algunos de los recursos facilitadores del mantenimiento de una relación a lo largo del tiempo».