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13 agosto, 2021

«Esta pintura y yo, tenemos un secreto»

Por Fiorella Sozzi

«Esta pintura y yo, tenemos un secreto»

A casi veinte años del estreno de El arca rusa, recordamos una película que nos invita a realizar un recorrido por el Palacio de Invierno, actual Museo del Hermitage, a la par que nos acercamos a la Historia de Rusia, para revisar las tensas relaciones entre Europa y la Rusia Occidental, sumando también temáticas sobre el mundo del arte en diálogo con el poder.

 

El film, estrenado en 2002 y dirigido por Aleksandr Sokúrov, cuenta con determinadas características que, conjugadas, dejaron marcas en la historia del cine, tanto a través de sus proezas técnicas como de su propuesta estética. De esta forma, nos acercamos a diversos sucesos de la Historia de Rusia: su aristocracia, marcada por tensiones políticas y conflictos bélicos; fiestas de máscaras; familias nobles; ceremonias, galas opulentas y esoterismo.

 

Fotograma de El arca rusa, la princesa Anastasia y sus hermanas en el Palacio de Invierno.

 

Comenzando con el análisis de su puesta en escena, la película se distingue por desarrollarse en un espacio limitado; su única locación es el maravilloso Palacio de Invierno, residencia oficial de los antiguos zares y actual Museo del Hermitage, ubicado en la ciudad de San Petersburgo. Es así como, ver este film es una buena oportunidad para apreciar sus majestuosos interiores, sus salas y arquitectura.

En cuanto a los aspectos tecnológicos, el film es particularmente recordado debido a su continuidad visual y espacial, que se logró a través del procedimiento cinematográfico del plano secuencia, técnica que potencia la sensación de fluidez en la totalidad del recorrido dentro del palacio. A su vez, este procedimiento consigue generar una particular organización del plano, donde se luce el montaje interno, con composiciones que permiten abordar una estética teatral como también situaciones íntimas.

Si bien no es la primera película que pudo realizarse en una toma sin cortes (procedimiento que utilizó Hitchcock en su película La Soga de 1948 y dejó un importante antecedente técnico y experimental), fue fundamental para su perfecto despliegue la instancia de preproducción, los repetidos ensayos para la exacta sincronización de los marcados desplazamientos de los personajes y la gran cantidad de extras que participaron, además de la práctica de los movimientos de cámara, suavizados gracias al estabilizador steadicam.

 

Equipo en backstage de filmación El arca rusa. Dirección de fotografía: Tilman Buttner.

 

Otro elemento singular de esta pieza audiovisual es la participación directa del enunciador: en una infinita cámara subjetiva, seguimos los invisibles pasos del narrador, quien también incluye su voz en off para realizar comentarios de las situaciones y dialogar con el personaje del marqués de Custine, un diplomático francés del siglo XVIII, de aspecto fantasmal, apodado «El europeo».

El hilo conductor queda entonces construido en un encadenamiento de diversas situaciones o microescenas, donde tanto el enunciador como lxs espectadorxs tienen que reubicarse en el tiempo para entender qué acontecimiento están presenciando.

 

Fotograma del film El arca rusa, momento del Ballet Ruso.

 

Entonces se destaca que la película de Sokúrov juega con la dimensión temporal, escapando del relato cronológico, en continuos saltos en el tiempo entre una habitación y otra, donde ingresamos en situaciones del siglo XVIII como también contemporáneas, como las conversaciones entre los directivos del actual museo. Estas amplias elipsis temporales evidencian la perpetuidad de las obras de arte por sobre los personajes o personas que habitaron y/o transitan el palacio.

Como menciona Didi-Huberman[1]:

«En fin, ante una imagen, tenemos humildemente que reconocer lo siguiente: que probablemente ella nos sobrevivirá, que ante ella somos el elemento frágil, el elemento de paso, y que, ante nosotros, ella es el elemento del futuro, el elemento de la duración. La imagen a menudo tiene más de memoria y más de porvenir que el ser que la mira.»

En cuanto a las figuras que incorpora este histórico recorrido, una de ellas es Pedro I, que es cuestionado por su tiranía. Otra de las grandes personalidades que nos presenta el film es Catalina II, zarina del Imperio Ruso durante el siglo XVIII, conocida como Catalina la grande, quien potenció el crecimiento de la colección del palacio al adquirir un importante acervo artístico de Europa Occidental y, a su vez, fomentar el desarrollo de mecenazgos, confirmando así la amplia relación entre cultura, arte y poder, además de quedar explícita la hegemonía y expansión del arte europeo.

 

Escultura neoclásica de Las tres Gracias de Antonio Canova (1814). Colección Museo del Hermitage.

 

La alta concentración de obras dentro del palacio queda expuesta en las paredes y pasillos abarrotados de diversas piezas junto con primeros planos sobre las piezas enmarcadas con moldes y dorado a la hoja, mostrándonos a su vez detalles de los lienzos.

«Déjelo solo, para apreciar mejor el olor a las pinturas», le pide el narrador al marqueés, respecto al visitante que está contemplando la pintura San Pedro y San Pablo, retrato de los apóstoles, de 1595 del Greco, mientras el marqués interpela al joven sobre su poca lectura de los evangelios y deja entrever la disminución de fieles católicos y del poder de la iglesia, cuestión ligada a la autonomía del arte, llevando a las grandes obras a ser atesoradas para su contemplación estética.

 

San Pedro y San Pablo, El Greco (1595). Colección Museo del Hermitage.

 

Le sigue una escena intensa, cuando en el minuto cuarenta el marqués se dirige a la galería principal, incorporándose a otra situación de contemplación, se encuentra con una visitante del Hermitage en una especie de ritual que, enfrentada a una pintura, realiza sutiles movimientos de danza y, en ese íntimo diálogo, ella le cuenta que está hablando con la pintura.

 

 

Con climas etéreos, el film también recrea situaciones cotidianas de la intimidad aristocrática, donde podemos ver a Nicolás II, último zar del Imperio Ruso, deleitándose con su familia, en momentos previos a la Revolución Rusa de 1917, cuando el Palacio fue declarado museo estatal y abierto al pueblo. Actualmente, la institución está dirigida por Mikhail Piotrovsky, otra de las figuras que encontramos en este recorrido histórico y cinematográfico.

Con una mirada nostálgica y conservadora sobre la Rusia Zarista, el director decide mostrarnos el pasado de su país en una sólida producción, realizando una visita guiada por los tiempos de la Ilustración, en un viaje que incluye el arte dentro del cine.

 

[1] Didi-Huberman, George (2006) [2000] Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes. Buenos Aires, Adriana Hidalgo.

 

 

Film: https://zoowoman.website/wp/movies/el-arca-rusa/

Ficha técnica
TÍTULO ORIGINAL: Ruskii Kovchej
PRODUCCIÓN: Rusia, Alemania
AÑO: 2001
DIRECCIÓN: Alexandr Sokurov
GUIÓN: Anatoli Nikiforov, Alexandr Sokurov, Boris Khaimsky, Svetlana Proskurina
DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Tilman Buttner
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Elena Zhukova, Natalia Kochergina
VESTUARIO: Lidia Kriyukova, Tamara Seferian, Maria Grishanova
SONIDO: Sergei Mochkov, Vladimir Persov
MÚSICA: Sergei Yevtushenko (interpreta yarregla piezas de M. Glinka, P. Tsaickovski, G. Persella, G. P. Teleman) y The State Hermitage Orchestra; Valery Gergiev
PRODUCCIÓN: Andrei Deryabin, Jens Meurer, Karsten Stöter
PRODUCTORAS ASOCIADAS: Hermitage Bridge Studio, Egoli Tossell Film AG
COREOGRAFÍA: Gari Abaidulov
GÉNERO: Histórico
DURACIÓN: 95 min
RODAJE: Museo del Hermitage (San Petersburgo, Rusia)
RECONSTRUCCIÓN HISTÓRICA: Pavel Kornakov
ESTRENO: 22 de mayo, 2002, Festival Internacional de Cannes.
INTÉRPRETES: Sergei Dreiden (el extranjero, Marqués de Custine), Mariya Kuznetsova (Catalina La Grande), Leonid Mozgovoy (el espía), David Giorgobiani (Orbeli), Aleksandr Chaban (Boris Piotrovski), Maksim Sergeyev (Pedro el Grande).

 

Foto Portada: El arca rusa de Aleksandr Sokúrov. El marqués de Custine caminando dentro del Palacio de Invierno.