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28 enero, 2019

«Mi vida es la obra que hago»

«Mi vida es la obra que hago»

Entrevista a Hernán Dompé
Por Mariana Gioiosa

 

Hernán Dompé es un artista que se alimenta tanto de la conexión con la naturaleza como del contacto con culturas ancestrales. Vive en Capilla del Monte, Córdoba, muy cerca del cerro Uritorco. Sitio rodeado de leyendas sobre energías cósmicas y fenómenos paranormales. Por si fuera poco, participa como asistente en excavaciones arqueológicas y realiza travesías de pesca con comunidades autóctonas

En los años 80, se fascinó por la cultura precolombina y viajó a Perú y México junto a un grupo de arqueólogos. Se inspiró en la arquitectura religiosa, utensilios y ruinas para crear sus trabajos. Luego investigó sobre otras comunidades e incorporó elementos que tenían que ver con la estética vikinga, persa, culturas de la Mesopotamia, aborígenes australianos, entre otras.

Además, es muy disciplinado, comienza a trabajar muy temprano y tras un almuerzo breve y siesta, continúa su labor por la tarde. Su dinámica de trabajo es realizar varias obras de manera simultánea. Así desarrolla series enteras con las misma temática y materiales similares. Le gusta tomarse tiempo para elegir con libertad las series con las que va a componer una muestra, por esa razón no expone con mucha frecuencia

La licenciada María José Herrera se sintió conmovida por su obra, y por su larga trayectoria de premios y exposiciones notables. Recientemente, fines del 2018, publicó un libro sobre el artista, Las Tres Dimensiones del Símbolo. Herrera recorre y analiza su trayectoria, desde los comienzos y hace foco en las situaciones que le dejaron huella, tanto por el contexto sociopolítico, como por las experiencias personales. La escritora se refiere al «símbolo» como una expresión de contenido universal, ancestral, con significaciones subjetivas y actuales que se nutren de la cultura de masas.

 

¿Por qué te interesaste en la escultura?

Me crié en el taller de un tío abuelo que era herrero. Lo veía con la fragua y trataba de imitarlo. Creaba mis juguetes con recortes y pedazos de chapa que él iba desechando. Luego trabajé de aprendiz de marmolero, tallé letras de lápidas, trabajé en una escuela de taxidermia haciendo modelo de animales y en una carpintería al mismo tiempo que estudiaba en la Escuela de Bellas Artes. Me hice hábil para ensamblar todos los materiales que hoy trabajo: piedra, madera, bronce, granito, entre otros.

¿Qué aportó a tu formación la escuela de Bellas Artes?

Me abrió un mundo muy interesante. Mis profesores eran artistas destacados como Antonio Pujía, Aurelio Macchi, Leo Vinci y Aída Carballo. También tuve la suerte de ser estudiante en el gran momento del Di Tella, en los 60, cuando Marta Minujín era una revolución y otros artistas hacían propuestas geniales como Rubén Santantonín y Juan Carlos Distéfano. Era como un festín recorrer las galerías de la Avenida Florida, estaba llena de propuestas innovadoras

Participas de excavaciones arqueológicas en las campañas que organiza tu amigo el investigador y antropólogo Carlos Aschero. En la última oportunidad fuiste a Catamarca. Los trabajos se realizaron a más de 3700 metros de altura

¿Por qué lo hacés?

Me resulta fascinante trabajar en el alero de una cueva que está dibujada por generaciones y generaciones de seres humanos, con pinturas rupestres que podrían tener más de 20.000 años. En estas figuras nos muestran su cotidianidad y rituales, como cacerías, arreos de guanaco, dibujos de animales, extinguidos en muchos casos. Participo como ayudante en estas campañas y muchas veces también viene mi hijo.

Sos un apasionado por la pesca con mosca y a raíz de este deporte, estuviste en muchos lugares exóticos como La Amazonia, Alaska, el Caribe Venezolano, México y la selva boliviana con las comunidades locales.

¿Qué es lo que te interesa de esta práctica?

Ser testigo de conocimientos que se iniciaron hace miles de años y todavía se conservan, culturas muy distintas a las nuestras, con otra elaboración de sus artefactos y forma de conseguir el alimento.  En Beni, Bolivia, por ejemplo, estuve con una comunidad indígena que todavía pescan con arco y flecha. De repente con un flechazo matan un tapir que está a 150 metros. Comen lo que cazan ya que no pueden conservar el alimento y lo que no van a comer lo transportan en canoas a otra comunidad cercana. La única preocupación que tiene para mañana es conseguir la comida, y hasta los chicos de 7 años saben disparar y vuelven a su casa con algo para comer. Me llamó la atención además que no hay peleas entre ellos, viven en armonía y los pequeños son cuidados entre todos.

¿Cómo plasmaste esta experiencia en tu trabajo?

En los modelos de mis barcos, por ejemplo, ya que tomo en cuenta como construyen las comunidades locales sus canoas. Pero todas estas experiencias, tanto estar en contacto con la naturaleza en el lugar que vivo, las excavaciones arqueológicas, como la pesca con mosca son el alimento que me nutre para crear las esculturas.

¿Tenés pensado un nuevo viaje?

Tengo muchas expectativas porque a fin de mes voy a la selva colombiana con mi hijo Pablo, una región que era dominada por las FARC y que después del tratado de paz que se firmó recientemente se puede visitar. Estoy con mucha intriga de lo que voy a encontrar, la fauna, la vegetación, como esta gente vive allí, sus prácticas y conocimientos.

A lo largo de tu vida atravesaste también situaciones de tensión y dolor, como el proceso militar o la muerte de tu hija

¿Te ayudó el arte a afrontar situaciones límites?

La vida te pone constantemente en situaciones agradables, no agradables, extremas y de un montón de calidades. Tengo la suerte de darle la forma artística a todas estas cosas, es mi recurso. De la muerte de mi hija, por ejemplo, surgió la serie de relieves La última mirada. Utilicé papel de embalaje, cartón corrugado, y otros materiales, que tiene que ver como representar la última vez que me entregaron a mi hija en la morgue. Si no convierto ese momento en arte, me muero yo también. Al darle forma puedo expulsar de alguna manera esa situación de muerte.

En la última exposición que realizaste en el Paseo de las Artes del Palacio Duhau, Esculturas, se exhibió una serie de Guerreros, Comadres, Cascos, Barcos y Relieves, que tenían como eje conductor la relación del hombre con el poder y el intento de comprender las fuerzas dominadas por la naturaleza.

¿En qué estás trabajando actualmente?

Estoy trabajando en siete barcos. A la madera tan simple, esbelta y nítida que tienen algunos de ellos, le agrego de proa a popa rayos y elementos sugerentes como un fósil o chatarra de otras regiones donde no existen estas naves. Los barcos para mí representan una parábola de la vida y el agua el inconsciente. Salís de un puerto, atravesás el mar y llegás a otro lugar, que puede ser un puerto o no. El desafío es tratar de ser consciente sobre un mar inconsciente.

Un integrante de una comunidad originaria de Beni, Bolivia