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2 marzo, 2021

La alienación según Lacan y “Las ruinas circulares” de J. L. Borges

Por María Nieves Gorosito

La alienación según Lacan y “Las ruinas circulares” de J. L. Borges

Diana Rabinobich escribe: «Lo que se gana en un análisis, si no pensamos en términos de una cura tipo, es precisamente ese margen de libertad».
En ese margen de libertad está el deseo propio. Se redirecciona la flecha y se hace las paces con la falta; ya no necesito ponerla bajo la alfombra y camino con ella. Esa aceptación me permite mirar con un poco más de misericordia la falta ajena; la falta en el otro ya no me espanta porque la reconozco en mí también. Se ponen en juego las dos caras de la libertad: yo no necesito a nadie y a su vez, nadie me necesita a mí. Se limpia el vínculo de una necesidad y se lo trueca hacia una interpersonalidad, en la que nos apuntalamos mutuamente.

 

Una de las cualidades cautivadoras de la escritura de Jorge Luis Borges es la multiplicidad de lecturas, que pueden llevarse a cabo en su vasta obra. En esta oportunidad, vamos a tomar el cuento “Las Ruinas Circulares” como metáfora del concepto de alienación utilizado por Lacan, en el psicoanálisis.

Para el psiquiatra y psicoanalista francés, este concepto hace referencia a un rasgo constitutivo esencial en el sujeto; quien padece una escisión fundamental de sí mismo para poder existir. La alienación es una consecuencia inevitable del proceso por el cual el yo se constituye.

Lacan acuñó el término de extimidad para designar la naturaleza de esta alienación, en la cual la alteridad habita el núcleo más íntimo del sujeto. Puesto que, se produce una dialéctica del advenimiento del sujeto a su propio ser, en relación con Otro. Debido que, el sujeto depende del significante para ser y el significante está en el campo del Otro.

 

Jacques Lacan

 

El cuento de Borges sucede en un espacio vinculado a lo mítico, en un templo en ruinas que le da al relato un aire fundacional. Por lo que, algunos críticos literarios sostienen que podría leerse el cuento como un discurso cosmogónico, que da cuenta del origen de la civilización. Y así, en estas ruinas circulares borgianas que parecen ser el escenario de los ciclos de existencia de los hombres, nosotros podemos ilustrar aquél proceso circular asimétrico entre el sujeto y ese Otro que lo introduce a la vida; a costa de una parte de su libertad.

En las ruinas circulares, un hombre se propone la tarea de dar vida mediante el soñar a otro sujeto; desea volverse creador.  De a poco, va formando un ser que posteriormente cumple con las necesidades para volverse autónomo.

En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: “Ahora estaré con mi hijo”. O, más raramente: “EL hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy”. (Borges. Las ruinas circulares, pág 3)

Sin embargo, con el tiempo, como suele pasar en vínculos sanos de padres e hijos, este creador comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer. Lo que equivale en nuestra sociedad al momento en que los hijos se encuentran listos para ejercer sus propios deseos; buscando sus propios caminos, asumiendo libertades y riesgos. Dejando de ser mera proyección del deseo de los padres.

El miedo del personaje creador de Borges era que su sujeto descubriese que había sido primero un fantasma; no quería que sintiera vergüenza por ser la copia de él. Pues de esto podemos interpretar, que este padre desconocía su propia libertad amputada. Pero muy pronto, al finalizar el cuento, esta realidad le reventaría como una burbuja en la cara. Puesto que, él también había sido una proyección, un sueño de otro hombre.

“Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. (…) El propósito de su vida estaba colmado”. (Borges. Las ruinas circulares, pág 3)

Este creador comenzó a sentir como la libertad de su hijo se nutría de esas disminuciones de su alma. El aceptar y dejar de ser imprescindibles para los hijos, requiere mucho nivel de salud mental por parte de los padres. Es un proceso paulatino cuyo destino final será el abandono del nido de los hijos, para vivir sus propias vidas.

Primero, el sujeto comienza a encontrar las faltas y las fallas en el discurso del Otro, que creía completo. Una falta, que al igual que la alienación, es fundamental y necesaria para que surja el deseo del sujet que se está formando. En esta dialéctica, el nuevo sujeto sólo podrá descubrir su deseo si el Otro puede aceptar la propia castración, aceptar su falta para que el sujeto aparezca.

Dr. Green afirma: ¡Los hijos matan a sus padres! (Lacan, pag.223)

Más allá de esta metáfora dramática, propia de una tragedia griega que utiliza el Dr. Green. En esta frase podemos captar la necesidad de aceptación a la castración del propio deseo del Otro, para que pueda surgir el deseo del sujeto. Y que, al igual que le ha sucedido al personaje de Borges, cuando la muerte venga a poner fin a la vejez y absolver de las tareas, no sientan el terror y la humillación de también haber sido una mera apariencia de algún Otro, que los estaba soñando.

En esa alienación necesaria en la que se forma el yo hay un costo de libertad irrecuperable. Pero, si uno descubre los discursos que vienen desde afuera tiene más posibilidad de acercarse a su ser individual, a su propio deseo. Esta alienación es la cuota necesaria que uno debe ceder a otro para poder existir, si al niño no lo nombran no puede existir. Algo de lo perdido se recupera con la operación de la separación del psicoanálisis.

El Gran Otro es el lugar donde se verifica la palabra, donde cobran significados los significantes: es el lenguaje. Por lo general, está asociado a la función materna ya que es la primera que está a cargo del cuidado del niño, en sus primeros momentos de vida. El niño constituye su yo a través de las palabras de su madre o persona que esté a su cargo.

Sólo es posible hablar del Otro como sujeto en un sentido secundario. Es decir, un sujeto puede ocupar esa posición y de tal modo encarnar al Otro, para otro sujeto. Sin embargo, el proceso se cumple con la realización del sujeto que deja incompleto al Otro; quien debe asumirse como castrado para que el otro emerja.

El sujeto humano para lograr su status de sujeto que desea, debe primero alienarse en torno a un centro que es el Otro, que le brinda su unidad. Esta dialéctica resulta un tanto paradójica, ya que entraña siempre la posibilidad de que yo sea intimado a anular al otro. Porque al ser punto de partida de esta dialéctica mi alienación en el otro, quedo por momentos anulado cuando el Otro no está de acuerdo conmigo. Y cuando doy cabida a mi deseo, esto implica anular el deseo de aquél Otro, castrarlo. La dialéctica del inconsciente implica siempre como una de sus posibilidades la lucha o la imposibilidad de coexistencia con el otro. De ahí, la característica de base tan compleja de los vínculos y las dificultades con las que el sujeto se enfrenta ante la búsqueda del propio deseo y su libertad.

 

 

Bibliografía: