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27 enero, 2021

La Ola y las tres heridas Narcisistas

Por María Nieves Gorosito

La Ola y las tres heridas Narcisistas

El saber tiene la fluidez y versatilidad del agua, se filtra por las estructuras obsoletas. Se aúna con otras ideas chocando entre sí; alineándose en algo nuevo. Estas nuevas ideas formarán una gran ola de conocimiento, que removerá y transformará al saber vigente.

 

El reconocido cuadro “La Ola” es un símbolo por excelencia del arte japonés, del pintor Katsushika Hokusai. En aquel famoso cuadro la gran ola es la que se destaca al primer golpe de vista, resulta de una magnificencia evidente que ha hecho pensar a muchos como la representación de un fenómeno de tsunami. Sin embargo, lo que el pintor quiso plasmar en su tela fue el fenómeno de la ola gigante; aquella que resulta cuando diversas olas, más pequeñas, se juntan formando una gran masa de agua llamativamente alta y devastadora. Esto, ha llevado a pensar que probablemente sea el mar frente a Kanagawa y sus grandes olas las que pudieron resultar de inspiración a su autor.

Es la perspectiva dramática adoptada por Hokusai, en la cual un símbolo japonés como la montaña Fuji, que representa lo eterno e inmortal, queda, en comparación a la gran ola, de un tamaño llamativamente pequeño. Esto nos permitió una lectura que puede alojar la siguiente metáfora: aquello que se creía por encima de todo, de una fortaleza imponente, cuando el saber avanza, puede verse del tamaño y la debilidad de una hormiga. Debido a fuerzas que resultaban desconocidas y que al juntarse vienen a dar por tierra aquello que se nos presentaba como seguro y con certeza.

Este gran símbolo japonés pasa a ser diminuto, casi imperceptible frente a estas nuevas fuerzas que forman algo tan impetuoso. Esto pone en jaque todo su poder, toda su eternidad e inmortalidad; esta gran ola arrastra con ella todo el símbolo de omnipotencia de aquella montaña. Del mismo modo, Freud, en su texto “Una dificultad del psicoanálisis” (1917), encuentra tres argumentos a lo largo de la historia que vienen a destituir hasta lo que en ese momento eran grandes verdades. Verdades que, con su rigor científico, le brindaban al hombre moderno, la ilusión de un mundo estable y con certezas.

La primera de estas heridas surge de la mano de Nicolás Copérnico, en el siglo XVI. Sus estudios astronómicos revelaron que, a diferencia de lo que se venía pensando, la Tierra no era el centro del universo. Nada de especiales, somos un planeta más de los que giran en torno al Sol. El universo se encuentra conformado por numerosas galaxias, de centro pasamos a un rol bastante secundario. Una pieza diminuta del gran reloj.

 

Copérnico, Darwin y Freud

 

Luego de esta afrenta cosmológica le sigue el descubrimiento de Charles Darwin, en el siglo XIX, sobre la Teoría de la Evolución. En ella se pone en cuestionamiento la idea del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios. Un hombre que mantenía cierta divinidad, que lo hacía superior a los animales y demás seres vivos. Otro giro, otro golpe al narcisismo humano de la mano de esta científico que sitúa al hombre, no como un ser especial, sino como un eslabón más en la cadena de la evolución; situándolo en pie de igualdad con cualquier otro animal. No somos la cumbre de la evolución, sino que siempre seguirá modificándose la especia con el correr de los años.

Llegamos a la tercera herida, ahora de la mano de Freud y su teoría psicoanalítica, que le anuncia al hombre que no es dueño de sí mismo. Que lo que él conoce como libertad, la mayoría de las veces se encuentra tomada por conductas determinadas por procesos inconscientes que no puede controlar, y que incluso ni siquiera conoce. La clínica psicoanalítica muestra que son muchos los casos en los que un sujeto siente que no puede llevar el control de sí mismo, que lo habitan sentimientos y deseos que continuamente se contrarían haciendo imposible la toma de decisiones. Mientras otros tantos que, si bien han podido decidir, viven la vida que supuestamente eligieron con angustia y tedio. Sin poderles atribuir a ninguna causa la sensación de malestar constante, en el mejor de los casos; o atribuyéndoles sus propios males al mundo que los rodea y su gente.

De este modo, ni somos centro del universo, ni seres divinos, ni dueños de uno mismo. Así se formaron estas tres masas de agua que se juntan y forman la gran ola que castiga al narcisismo de la humanidad, dando por tierra a lo que se encontraba fuertemente instituido en su saber. Las posturas más rígidas se ahogaron en esas aguas, mientras que aquellos que se mantienen más flexibles a lo nuevo, se entregan a la tarea de reelaborar los saberes, enriqueciéndolos. Aprendiendo lo que, a nuestro parecer, estas heridas vinieron a enseñarnos: la idea de un saber único, completo e inmutable debe ser suplantada por la de un saber abierto a modificaciones; puesto que el saber se encuentra en constante cambio e interacción con su contexto socio-histórico y cultural, el cual trasmuta constantemente.

 

Tatuaje por @nandostudios

 

Bibliografía:
– La gran Ola de Hokusai: ¿por qué nos impacta tanto?. http://japonbarcelona.com/literatura/blog/?p=941
– Freud, S. (1917). “Una dificultad del psicoanálisis”. Tomo XVII. Amorrortu Editores.