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16 diciembre, 2019

El rostro en su dimensión ética

Por Jesu Antuña

El rostro en su dimensión ética

Entrevista con Maricel Alvarez.

Conversamos con Maricel Alvarez con ocasión de su muestra 2000 piezas/Infinito singular en el espacio de Fundación Osde. La dimensión ética del rostro y el cuerpo como punto de partida.

 

– En 2000 piezas/Infinito singular tu muestra actual en el espacio de arte de Fundación Osde, la performatividad de tu obra parece adquirir nuevos sentidos ya que contas con objetos – como es el caso del rompecabezas con tu rostro que hay que organizar – o a través del video. Me interesan esas derivas de lo performático y cómo atraviesan tu obra, teniendo en cuenta que en este caso en particular no hay activaciones y tu cuerpo no está presente in situ sino a través de esos elementos que mencioné anteriormente. ¿El trabajo con el cuerpo a través de estos mecanismos fue una decisión que estuvo presente desde un primer momento?

– El cuerpo siempre es el punto de partida. Dado que provengo de las artes escénicas, el cuerpo es un instrumento expresivo insoslayable en mi producción tanto performativa como plástica. Es, como ningún otro dispositivo crítico, un instrumento que permite reflexiones políticas con profundas resonancias poéticas. Si el cuerpo estará presente in situ en la pieza o a través de algún otro medio o soporte es una cuestión para resolver a partir de las inquietudes o necesidades que surjan durante la investigación y producción de la obra.

 

 

En el caso de “2000 piezas/infinito singular” me interesaba, por un lado, trabajar y pensar las categorías de identidad y alteridad a partir de una lectura del rostro humano. Esa inquietud me condujo a lecturas que fueron esenciales para el futuro ensamblaje entre forma y concepto de esta obra como fueron Lévinas, Le Breton y Aumont. Y, por el otro, en términos visuales o plásticos trabajar el autorretrato como género (pues comparto lo que sostiene Belén Altuna en su libro “Una historia moral del rostro”: a partir del auge tecnológico y de las infinitas posibilidades que tenemos hoy de registrar y reproducir la imagen de nuestro rostro es que el autorretrato está viviendo una época dorada o de esplendor pleno).

Realicé entonces la pieza audiovisual que es uno de los elementos centrales de la instalación. Se trata de un autorretrato filmado o de una videoperformance de 7 minutos de duración, que se proyecta el loop en la pieza, compuesto por primerísimos primeros planos del rostro, planos detalle del mismo, en una actividad expresiva de amplio rango. Aquí fueron tomados como referencia algunas de las videoperformances de Bruce Nauman o de Bas Jan Ader, así como las secuencias icónicas de la Juana de Arco interpretada por Falconetti para la película de Dreyer.

Y mandé a realizar un rompecabezas de 2000 piezas de una foto de mi rostro en primer plano.

Esos dos objetos promueven una lectura posible de la obra o con seguridad estimulan preguntas, suscitan inquietudes, despiertan reflexiones críticas o invitan al juego, a la acción.

 

 

Hay un tercer elemento en la configuración actual de la pieza, que se incorpora a la instalación tal como se la puede ver hoy en el Espacio de arte de la Fundación OSDE. Un segundo video, un mosaico compuesto de imágenes tomadas por una cámara de seguridad colocada en posición cenital sobre el rompecabezas, que registra la manipulación de las piezas durante los meses en los que la obra fue expuesta en el marco de la Bienalsur en 2017.

-Este último elemento de alguna manera produce un distanciamiento con el resto de las obras…

Sí. Este elemento nos distancia de la conmoción que produce el encuentro con el rostro en primer plano de la videoperformance abriendo otro campo de análisis respecto de las líneas conceptuales con las que trabaja la obra: al rostro se lo construye y también se lo destruye. Se lo individualiza, pero también se lo tipifica, se lo estigmatiza, etc. Todo según la lente cultural con la que lo miremos.

Volviendo a la performatividad de la obra, creo que sucede en varios planos. Uno el que sucedió durante la filmación de la videoperformance y que quedó plasmado en la pieza que se exhibe en loop en la instalación. Otro el que acontece con el funcionamiento mismo de la pieza, en la relación de todos los elementos que la constituyen entre sí. Y otro en su diálogo con el público.

 

 

– En relación con lo que señalas con respecto a la cuestión del rostro, también Walter Benjamin señalaba que tras la aparición de las artes de reproducción técnica la última trinchera del aura radicaba en el rostro. Esa dimensión me parece decididamente política, ya sea porque guarda conexión con la memoria como con la identidad, lo que está claro en la apelación que haces a Lévinas, donde el rostro es un espacio para la ética. Por otro lado, y como señalas, también los dispositivos de control apelan al rostro como lugar de reconocimiento y vigilancia, lo que en tu muestra se grafica con las cámaras de seguridad que registran la manipulación de las piezas de rompecabezas. La cámara y el cuerpo llevan a lugares decididamente políticos. Pensaba que la pregunta que se hace Adrián Cangi ‘¿Cómo es posible un arte del cuerpo en un país con cuerpos desaparecidos?’ no está muy lejos ya que de alguna manera está en la base de todo el trabajo con el cuerpo. En tu caso, sin embargo, y quizá por tu trabajo con artes escénicas, la pregunta nace desde el trabajo con el cuerpo propio.

– Sí, tal como se desprende de lo que señala W. Benjamin, la dimensión aurática del rostro se diluye o desaparece por completo a partir de los avances tecnológicos que permiten su reproducción masiva (desde la irrupción en nuestras vidas de las redes sociales estamos rodeados de rostros como nunca antes en la historia y es esa saturación la que nos aleja cada vez más de la posibilidad de establecer un vínculo empático con el otrx a partir de un encuentro real con su rostro). También pienso en Aumont cuando habla del “fracaso del rostro” al señalar que a partir de las vanguardias en las artes plásticas y extendiéndose luego a todas partes en la sociedad de la imagen, el cine, la publicidad, la prensa, el proceso de desfiguración, de fragmentación en la representación del rostro tiende a uniformizarlo, a tipificarlo. Perdiendo así el rostro todo rasgo distintivo, subjetivo e identitario.

Es por ello que, en este trabajo, y apoyándome fuertemente en la teoría levinasiana, quise recuperar la dimensión ética del rostro. Indagando en sus infinitas singularidades y en su amplio rango de posibilidades expresivas. Así, poniendo aquello que un rostro tiene de único y distintivo en primer plano, descartando la idea de tipificación y reforzando la de individualización, es que esta pieza oscila entre lo plástico, lo filosófico y lo político.

La decisión de trabajar con mi propio rostro claramente se asocia a que soy desde hace muchos años actriz de teatro y cine. Por mi oficio, entonces, muchas veces mi rostro se asocia a “máscara”. Quise jugar con ese concepto. Los actores, también dice Aumont, tenemos un rostro doble, el propio y el que “prestamos” a los personajes. Es un pensamiento, como mínimo, inquietante para mí. ¿Hasta qué punto “desnudar” el rostro propio? ¿Hasta qué punto no actuar frente a la cámara de video que registra emociones, estados? ¿Cuál es mi verdadero rostro? ¿Hay un rostro verdadero? ¿Tengo un rostro o soy un rostro?

 

 

– Esa dimensión ética que mencionas, en conexión con la pregunta por la existencia o no de un rostro verdadero, adquiere una materialidad precisa con el rompecabezas. Lo que resulta interesante en este caso es que es un juego quien posibilita la recuperación del rostro. Recuerdo que el día de la inauguración había varios niños intentando armarlo, pienso entonces en cómo ciertas formas se vuelven políticas.

-Sí, la idea de que el rostro no sólo se hereda, sino que también se construye, es algo que me interesó poner de manifiesto para pensar el tema de la identidad. El rompecabezas ayuda a materializar esa idea, sin lugar a dudas. El objeto, así como la acción que propone, crean cierta fascinación en el espectador (si son niños el entusiasmo es aún mayor), y funciona como una invitación franca a abordar el rostro del otrx. Eso habilita otro tipo de reflexión que también me interesaba poner de manifiesto y que se relaciona con el concepto de alteridad. Abordamos ese rostro porque el otrx nos fascina, nos interesa, nos interpela. Nos conmociona, diría Lévinas, nos saca de nuestra mismidad. No puedo ser indiferente frente a ese otrx.