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14 diciembre, 2011

Recuerdos de Mercedes

Por: Álvaro Rufiner.

 

El curador de la muestra Mercedes Sosa. Un pueblo en mi voz recuerda algunos momentos compartidos con ella durante años de rutas, aprendizaje, conciertos, canciones, libros y vida.

Abro el correo y mi amiga Condorita me pide unas líneas, alguna historia, un momento, un recuerdo. Mi querida Condorita, nos vemos tan poco, hablamos tan poco y sin embargo cada vez que la nombro o la pienso la siento tan cerca, tan hermana; tanta música suena a su alrededor, tanta risa. Una amiga hoy me pide que recuerde a otra amiga, que escriba, que la nombre.

Hace dos años que la nombro poco, pero la pienso a diario.
Qué escuchar mientras la pienso, escucharla sería tan redundante, si no paro de escucharla, su risa enorme de niña traviesa en mi cabeza, su voz, esa voz, la voz.
Un compilado interminable de Mina arranca a sonar, cuestione di feeling… El instante se vuelve exacto, perfecto. Tan exacto que estoy en un auto bordó último modelo cruzando las rutas argentinas, rumbo a una serie de conciertos, vamos solos en el auto, en el mundo y suena Mina y cantamos arriba y balbuceo un italiano y aun no sé quién es Mina.

Será un viaje largo. La ruta de Córdoba a Mendoza es eterna, recta, calurosa. A veces es tan fácil conquistar el mundo. A veces Dios está tan cerca, o Yemanyá y sus collares de colores, o la Pachamama y sus miles de voces. A veces es tan cierto que la vida es un milagro.
Pasan los kilómetros y Belchior dice que él es sólo un cantor latinoamericano sin dinero en el banco y así, sin más, Luis Miguel dice que la puerta se cerró, y ella… ella maneja como Fangio, devora la distancia y el paisaje y canta, canta como la italiana más sensual y como la brasilera más cadenciosa y ella es en medio de la ruta una bolerista empedernida y yo canto y miro y me bebo los segundos como ella los caminos.

En un par de horas mi cabeza se romperá y volverá a armarse varias veces, no llego a la veintena y tengo tantos prejuicios, mi mundo es tan pequeño, tan acotado, y ella al pasar sin subrayar, sin enjuiciar, me hará descubrir la afinación del mexicano exitoso y la consecuencia creadora del brasilero que compuso Como nossos pais para Elis, o el dueto sensualísimo de Celentano con Mina. O la perfección de Argerich en Schumann, o el golpe exacto de Domingo Cura en la zamba.
Pararemos en la ruta y un chiringuito de camioneros nos dará el mejor helado artesanal de la región.

Corte / exterior día

Una casa de montaña. Ella me presenta a la mujer que será mi mujer, con la que ensayaré una familia. Ella entiende todo, vio mis ojos, vio el amor, y me vio tan tímido y tan solo. Ella me dio ánimo para el amor.

¿Cómo es la lámpara mágica?
Para mí, la lámpara mágica canta.

Corte / interior noche

Una sala de TV, en la pantalla transcurre una película olvidable, una excusa para mirar a la nada y confesarse. En sendas bandejitas una sopa caliente entibia el invierno.

—No llego al pueblo, nene. Soy gorda, petisa, no me tiño de rubia, no sé como llegar —dice ella, y el desvelo le nubla la vista.
—Leíste a José Donoso… ay nene, tomá, leelo, te va a encantar. ¿Qué estás leyendo?
—A Fernando Vallejos… ¿Lo leyó? ¡Le va a encantar! ¿se acuerda que vimos juntos La virgen de los sicarios?… Es de él.

En ese cuarto no existe el tiempo, sólo su voz profundísima y dulce.
Traje unos lilium perfumados, me gusta ofrendar a la deidad.

Corte / exterior día

Suena mi móvil.
—¡Hola, mi niño! Sabés que estoy grabando La Misa Criolla, qué difícil compone Ariel, pero qué bello, escucha el arreglo que estoy haciendo…
Los siguientes veinte minutos, su voz desandará la partitura en mi teléfono, y otra vez el mundo se quedará quieto para escucharla, y yo me sentaré en un cordón porteño llorando de emoción y de risa.

Corte / exterior mediodía

La calle aún está mojada, anoche una tormenta feroz abrió el cielo en dos para permitirle entrar.
Voy sentado en un auto negrísimo y lento.
Por Callao y luego Córdoba, llueven flores, aplausos, pañuelos.
Un andamio en lo alto atrapa mi mirada, son tres albañiles de grafa azul; se sacan sus cascos amarillos y lo apoyan cada uno sobre su corazón.

Lloro como el niño más triste y le digo… cómo se le ocurre decirme que no llega al pueblo… mírelos… por favor, mírelos.