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9 octubre, 2020

Selva Almada: “La novela fluye en las páginas como la corriente del río”

Por Verónica Glassmann

Selva Almada: “La novela fluye en las páginas como la corriente del río”

Selva Almada es una de las escritoras más reconocidas de Argentina y de América Latina. Acaba de publicar No es un río, donde indaga en el universo masculino a través de los pactos y las alianzas entre varones. Con voz genuina y sencillez hoy comparte el recorrido de sus procesos creativos, revelando los secretos de la búsqueda de las tramas y las voces que habitan sus historias.

Su primera novela, El viento que arrasa, fue un éxito de crítica y de ventas y en 2019 ganó el First Book Award, otorgado por el Festival Internacional del Libro de Edimburgo. Ha sido finalista del Premio Rodolfo Walsh (España) con su obra de no ficción Chicas muertas (2014) y finalista del Premio Tigre Juan (España) con su novela Ladrilleros. Sus libros han sido traducidos al francés, inglés, italiano, portugués, alemán, holandés, sueco, noruego y turco.

 

A la hora de escribir, ¿tenés alguna rutina o mecanismo?

No, la verdad es que siempre me costó mucho armarme de una rutina de escritura cuando no estoy trabajando en algo en particular. Con mi última novela No es un río me armé una rutina de todos los días: escribir, revisar, corregir. Había una necesidad interior de terminarla ya que la venía posponiendo, agarrando y abandonando desde hacía varios años. Me parecía que era el momento, que yo lo necesitaba. Me funcionó ponerme un plazo, decir “la termino en el verano” e ir pensando más o menos cuánto tiempo diario tenía que dedicarle para poder terminarla. Si no es de esa forma me cuesta un montón. De no estar trabajando en algo puntual, no escribo todos los días, no tengo una disciplina del trabajo de la escritura. Cuando trabajo, trabajo un montón, pero de otra forma, no lo hago.

 

Has transitado por distintos géneros: poesía, no-ficción, crónica y novela. ¿Cómo es ese recorrido?

En realidad yo empecé escribiendo narrativa, empecé escribiendo cuentos, tuve un paso muy breve y fugaz por la poesía. Como el primer libro que publiqué es un libro de poemas a veces en las presentaciones o en las biografías ponen que soy poeta, pero no me siento así. Ese libro tiene los pocos poemas que escribí y algunos más que quedaron fuera. Siempre me interesó la narrativa, me encanta la poesía como lectora, pero no me siento capaz de escribirla o lo que hice en ese momento no me gustó o no me pareció que fuera algo que yo considerara realmente bueno. Así que siempre escribí narrativa. Del cuento pasé a la novela un poco accidentalmente, no sabía que iba a escribir una novela. En realidad pensaba que nunca iba a poder escribir una, que eran proyectos más largos, no me veía novelista. Supongo que algo de eso queda porque mis novelas son también muy breves, con pocos personajes, con una unidad de tiempo muy acotada, cosas que tienen que ver con la estructura del relato. La no ficción llegó porque yo había estudiado periodismo, me gustaba mucho la estructura del periodismo escrito, periodismo grafico. Dejé la carrera y empecé a estudiar literatura. Empecé a escribir ficción pero Chicas Muertas y El Mono en el remolino son una vuelta a eso que a mí me interesaba mucho de chica y que después fue mutando hacia la ficción.

 

¿Cómo fue dar el salto de ir a la no ficción? Chicas muertas busca visibilizar tres asesinatos perpetrados a mujeres durante la década del 80 en diferentes pueblos del interior de Argentina. María Luisa Quevedo, 15 años. Andrea Danne, 20 años. Sara Mundín, 20 años. Tres mujeres jóvenes, tres pueblos distintos, tres realidades sociales diferentes. ¿Cómo fue la experiencia de escribir Chicas muertas?

Chicas Muertas fue un proyecto muy largo. Fue un libro que yo empecé a pensar en el 2008 o 2009. Después tuve una beca del Fondo de las Artes para ser parte de la investigación. Hice la investigación el año que duró la beca. Después tuve que suspenderlo porque no tenía recursos para seguir yendo a los lugares. Los tres casos son en distintos puntos del interior del país. Así que en ese tiempo hice el trabajo con la tarotista que aparece en el libro. Después lo mostré, lo empecé a hacer circular para ver si alguna editorial se interesaba y apareció la iniciativa de Random para publicarlo. Ahí retomé lo que me faltaba de trabajo de campo y después la escritura. En realidad tuve el material bastante tiempo hasta que se organizó un poco solo en mi cabeza. Hice una investigación bastante exhaustiva pero después no sabía cómo se iba a armar ese libro, cómo iba a ser la estructura, el relato. Probé algunos borradores, no me gustaban, no le encontraba la voz… fue difícil encontrarle la voz. Finalmente empezó a aparecer algo. Lo pude trabajar muy de cerca con la editora Ana Laura Pérez, ella me ayudaba a ver cosas que yo no llegaba a distinguir. Entonces empezó a aparecer una voz más cercana a lo autobiográfico que a la crónica. Al principio pensé que no podía ir por ahí porque consideraba que era una crónica. Pero charlando con ella llegamos a la conclusión de que sí podía ser. Era esa la voz y estaba bien que yo como cronista o como la voz narradora del libro también intercruzara mi propia historia con los tres relatos principales: los femicidios de Sarita, Andrea y María Luisa. Una vez que apareció eso y decidí que iba por ahí, la escritura se fue armando bastante rápido y fluyendo. Es un libro que escribí en muy poco tiempo, creo que en tres meses. Pero siempre trabajando muy codo a codo con Ana Laura. A medida que terminaba un capítulo, se lo pasaba, lo charlábamos, lo discutíamos. En ese sentido fue un trabajo que hice con mucha cercanía a la editora.

 

Con El viento que arrasa te inicias en la novela. ¿En qué momento decidís adentrarte en este género?

No decidí escribir una novela, no decidí experimentar con el género. La verdad es que, en un punto, a mí los géneros no me interesan demasiado. Me gusta más pensar en los relatos como híbridos, que pueden tener su porcentaje de ficción, de no ficción, de lirismo, de poesía. Me parece que pensar en los géneros un poco me limitaría. Pero sí empezó la idea de El viento que arrasa, o las primeras líneas, pensando que iba a ser un relato largo, no tan largo como una novela, más bien como un cuento. Empieza como una idea para un cuento. Se fue desarrollando o empezó la historia a “pedir pista sola; empezó a pedir un poco mas de extensión, un poco mas de detenimiento en algunas situaciones o en algunas escenas. Fue un poco accidental, era un cuento que, accidentalmente, devino en una novela. No había ni siquiera un deseo de escribir una novela. Esto que te decía antes, yo empecé escribiendo cuentos y si pensaba como me proyectaba en ese momento, te hubiese dicho que me proyectaba como una cuentista para siempre. Así que fue bastante casual que escribiera una novela. Cuando empecé a pensar en Ladrilleros, ahí ya imaginé ese relato con una estructura un poco más extensa, con más personajes, más situaciones, con una trama que excedía los límites del cuento. En general no me gusta encasillar con tanta vehemencia los relatos. Me gusta pensar solo en relatos, en definitiva, son eso, un poco más largos o un poco más cortos o con una impronta más fuerte de lo lírico, que creo que es algo que aparece más marcado en El mono en el remolino que es una no ficción pero con una dosis de lirismo bastante alta.

 

 

¿Cómo nace tu última novela No es un río?

El disparador de la novela fue una anécdota que escuché en un asado. Un amigo estaba contando que hacía poco habían pescado una raya gigante en el Paraná. Me llamó la atención, no sabía cómo se pescaba una raya, que la ultimaran de un balazo me pareció una escena violenta y provocadora. A partir de esa escena de pesca, aparecieron los personajes que son los pescadores y ahí empecé a indagar quiénes eran, qué los unía, apareció el amigo muerto, un personaje que está muy presente en toda la novela. Después fueron apareciendo los otros personajes: los isleños que no tuvieron tanto protagonismo al principio pero que después fueron armándose. El monte y el río también tienen mucha presencia en esta novela, como tiene el paisaje en general en mis novelas anteriores y en mis cuentos. Como me suele suceder, no es que tengo la trama armada desde el principio, sino que va apareciendo en el transcurso de la escritura, se va revelando. Lo que más me costó encontrar fue el tono, que en general creo que es lo que más cuesta en la escritura. Esta novela tiene un tono que tuve que salir a buscar, tuve que probar varios borradores hasta que apareció y me gusta porque es un tono que tiene que ver con esos personajes, con ese ambiente, con esa geografía. Incluso, si ves el libro, el texto gráficamente también se parece a la corriente de un río. La idea de no separar la novela en capítulos también tiene que ver con eso, es un texto que fluye constantemente en las páginas del libro. Ojalá también fluya en los lectores ya que la intención era que no se cortara, que fuera como la corriente del río.

 

¿Tuviste algún docente que te haya impulsado en tu deseo por la escritura? ¿Cómo llegaste al taller de Laiseca? ¿Cómo es tu propia experiencia como docente de tus talleres?

En la escuela primaria tuve una maestra durante los últimos tres años de la escuela que se llama Nelly Ferrer quien nos estimulaba mucho a la lectura. Me gustaba leer desde que no sabía hacerlo, ella alentaba mucho eso en sus alumnos y alumnas, así que la recuerdo como alguien que me abrió las puertas a la lectura. Después fui a la facultad a estudiar comunicación social y ahí tuve dos profesores a los que quiero mucho y que también tuvieron que ver con mi devenir como escritora: Guillermo Alfieri, un gran periodista gráfico de Paraná y María Elena Lotringer. Después, obviamente, mi gran maestro fue Alberto Laiseca. Cuando me mudé a Buenos Aires empecé con él en el Rojas, después seguí trabajando en los talleres que tenía en su casa. El primer borrador de las primeras escenas de No es un río lo llegué a llevar al taller de Lai, justo el último año, después a los dos años murió. El resto de las cosas que escribí, incluso unos pasajes de El mono en el remolino, los escribí en su taller así que para mí es alguien fundamental en mi vida como escritora y en mi vida como persona, porque también tuvimos una relación muy cercana y entrañable de maestro y discípula. Es una persona fundamental en mi historia.

Yo doy talleres hace alrededor de diez años, a mi me gusta mucho, me gusta cuando se genera esa cercanía, los grupos muy chiquitos que es lo que hago ahora. Son grupos de cinco o seis personas que trabajan todo el año conmigo en un proyecto en particular que traen ellos. Me gusta mucho ese tipo de trabajo. Algo pequeño, no con mucha gente, tenés tiempo para conocer los materiales, las personas y todo lo que se genera en los grupos que es de mucha intimidad y cercanía. Así es como me gusta pensar un taller, más allá de que a veces los doy más grandes, con más gente. Lo que siempre prefiero son los grupos muy chiquitos.

 

En el ambiente literario se te nombra como una de las autoras contemporáneas de referencia. ¿Cómo tomás ese rol? ¿Usas ese “poder” para manifestarte sobre cuestiones de género o luchas en defensa del mundo editorial que se dieron en estos últimos tiempos?

El rol de ser una referente de la literatura argentina contemporánea lo tomo con bastante incomodidad. Me incomoda bastante la exposición en general. Sí me alegra mucho que mis libros tengan la circulación que tienen, por los lugares que fueron derivando, por los lectores que atraviesa. Claro que me alegra mucho, pero lo otro me incomoda básicamente. Sobre “el poder”, creo que las escritoras y escritores, las y los artistas que me interesan están vinculados al mundo real. El artista que vive en una especie de palacio de cristal con su obra, con su escritura y desconectado del entorno, no me interesa. No me identifica esa figura romántica del escritor. Creo en una participación más activa de escritoras y escritores en el mundo, en la sociedad en la que viven. Gracias al reconocimiento que tengo como escritora, aprovecho ese escenario como para poder activar ideas o cuestiones que a mí me interesan como persona, más allá de la escritura.

Por eso trato de involucrarme todo lo que puedo en las cuestiones de despenalización del aborto, de la ley de IVE, en contra de la violencia de género. Participo de cosas del mundo que a mí me interesan, cada vez que tengo posibilidad lo hago. Y en cierto modo eso es un aprovechamiento del rol o de la “figura pública” que soy.

 

¿Cuáles son tus libros y autores preferidos?

Tengo muchos autores y libros favoritos y por suerte siempre van apareciendo nuevos. Los que fueron para mí fundamentales son: los cuentos de Daniel Moyano, los cuentos de Horacio Quiroga, que vienen un poco de la infancia pero que siendo adulta me encontré con toda su literatura para adultos, me encanta Sara Gallardo. Flannery O’Connor, Carson McCullers, Erskine Caldwell: con estos tres autores de la literatura norteamericana, además de gustarme mucho, siento que he aprendido mucho de ellos leyéndolos. Otro libro que fue muy importante para mí fue una novela de Ricardo Zelarayán que se llama La piel de caballo. Yo leo bastante poesía y he ido descubriendo estos últimos años muchos poetas que no conocía. Ahora estoy completamente embelesada y cada vez que puedo la recomiendo a Estela Figueroa que es una gran poeta santafesina. Me atrevería a decir que es la mejor poeta argentina viva. Trato de leer mucha poesía, sobre todo en este tiempo de cuarentena, donde me cuesta un poco mas enfocarme y concentrarme en la narrativa, me parece que es otro aire.

 

En todo lo que escribiste siempre de alguna manera está el río y el pueblo, ¿qué significan en tu vida personal? 

El paisaje, esos ambientes pueblerinos, esos personajes del interior de Argentina tienen que ver con mi historia personal. Tienen que ver con el tiempo de la infancia. Volver a estos personajes es volver un poco ahí. Vivo en Buenos Aires hace veinte años, me encanta. Ahora por cuestiones accidentales estoy viviendo hace varios meses, desde el verano, en un pueblo cerca de La Plata pero extraño horrores Buenos Aires y me encanta vivir ahí, me encanta la ciudad. No soy de las provincianas que añoran todo el tiempo su paisaje, pero sí aparece siempre en la escritura. Creo que es porque yo no puedo separar mi historia de vida, mis primeros diecisiete años de vida que los pasé en un pueblo. Creo que eso está, aparece siempre y además yo sigo teniendo una vinculación con Entre Ríos porque mi familia vive allá. Me encanta ir, me encanta Corrientes, ir a Santa Fe donde tengo amigos, me encanta ver el río, sobre todo el Paraná, que es como el amor absoluto para mí, pero puedo vivir tranquilamente en una ciudad grande como Buenos Aires.

 

Foto Portada: Ph: Irupé Tentorio