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La virtualidad del tiempo

Por Marcos Meloni

La virtualidad del tiempo

 “..El problema ontológico fundamental, de la exégesis del ser en cuanto tal,
abarca por ende el poner de manifiesto la temporariedad del ser…”
“El ser y el tiempo” Martin Heiddeger

 

Son famosas las frases: “al que madruga dios lo ayuda”, “el tiempo es dinero”, “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, y muchas otras en un repertorio que seguramente existe más allá de mis recuerdos. Lo que me resulta de sumo interés es la condición temporal y utilitaria a la que apuntan dichas frases. Se destila cierta relación entre el tiempo y el hacer, un hacer ligado a la producción. Desconozco el origen cronológico del nacimiento de estos “dichos” pero sabemos que circulan y su circulación los ha revestido de cierto carácter de verdad. Por ejemplo, se establece la creencia de que quien se levanta temprano, religiosamente día tras día, seguramente estará más apto para proseguir el mismo devenir con buena fortuna. Podríamos asociar esta conducta al hombre comprometido con los buenos principios del trabajo y su justa distancia de los designios de la vida vulgar, viciosa, haragana y falta de motivos. José Ingenieros diría, “los vulgares son mediocres de razas primitivas, habrían sido perfectamente adaptados a sociedades salvajes, pero carecen de la domesticación que los confundiría con sus contemporáneos” (1961). Que el tiempo puede convertirse en dinero no es “pan fresco”, fue Benjamin Franklin, quien en sus consejos a los jóvenes comerciantes, difundiría su visión sobre el brillante secreto que se esconde entre las agujas del reloj. “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, casi que parece una entusiasta arenga proselitista.

Es extraño, el tiempo siempre me ha resultado una medida arbitraria y poco convincente. ¿Cómo es posible que se pueda experimentar tantas diferencias bajo la misma ley de los minutos y segundos? Resulta que un minuto se expande como una eternidad y un día se esfuma ligeramente como un relámpago, ¿acaso el tiempo es la nominación de una experiencia inteligible? Parece que el reino de los relojes establece una plataforma temporal tan endeble como el mismísimo sentido común. El sentido común, sí. El sentido común sería como el tiempo, su condición de existencia se asienta en un acuerdo colectivo, un acuerdo que produce sentidos, entendimientos, sentimientos, realidades. El tiempo, como unidad de medida, no es ajeno a esa lógica y se lo ofrece como una categoría común, se lo establece como una medida universal y absoluta que determina el comienzo y el fin de un día, de un año, una década o una vida. Pero no sólo eso, el tiempo a partir de su medida, también establece ritmos. Esto es algo que uno puede verificar en la música, el tiempo y el ritmo son el pulso musical. En la vida, el tiempo y el ritmo son el pulso de los sujetos. Ahora bien, ¿bajo qué ropajes se esconde la verdad de la dimensión del tiempo? Albert Einstein presentó en el año 1915 la Teoría de la Relatividad General, una teoría que revolucionaría el mundo de la física y de la humanidad en el entendimiento del universo. Hasta su aparición, el mundo moderno yacía bajo la hipótesis de la teoría de la gravedad newtoniana donde se establecía que el tiempo era una categoría absoluta. Einstein rompió con la tradición y estableció un nuevo objeto, el «espacio-tiempo». Para la nueva física moderna, el tiempo no es una variable absoluta y su especificidad está dada por su relación con el espacio:

«La teoría de la relatividad nos fuerza a cambiar nuestros conceptos de espacio y tiempo. Debemos aceptar que el tiempo no está completamente separado e independiente del espacio, sino por el contrario se combina con él para formar un objeto llamado espacio/tiempo». (p.43) (1)

Podríamos decir que el tiempo y el espacio son relativos en función de la posición de un observador en movimiento respecto del objeto observado, esta distinción destrona la idea de un tiempo absoluto. Para quienes se interesen en el tema, la película “Interestelar” ficciona la aventura de un equipo de astronautas que viaja a través de un agujero negro y experimenta las incidencias en relación al tiempo y su relatividad. Mas allá de estos desarrollos de la física que lejos estoy de poder transmitir con profundidad, vemos cómo el tiempo es una categoría que sortea el engaño perceptivo del sentido común y deja siempre lugar a la experiencia de una temporalidad otra, ajena a la medida establecida por la cultura.

Ahora bien, ¿siempre el tiempo ha tenido este “aspecto”? Al parecer, el tiempo como unidad de medida siempre estuvo ligado a la cultura, por lo que es indispensable comprender que nada de lo que se nos presenta como tiempo es indiferente al “establishment” cultural. Al comienzo el tiempo en tanto unidad de medida estuvo sujeto en las primeras civilizaciones agrícolas a los períodos de siembra y cosecha, sus calendarios favorecían los ritmos naturales de la agricultura y cerca del año 1000 AC en Oriente Medio se crea el famoso Reloj del Sol, generando una unidad de medida más precisa en relación a las horas de luz y oscuridad. Vemos como la medida del tiempo respondía entonces a los ciclos de la naturaleza, el día, la noche, los tiempos de siembra y los de la cosecha.  A fines del siglo XIII en Europa aparecen los primeros relojes, por ejemplo el reloj de arena, cuyo recipiente entero equivalía a una hora. El reloj mecánico nacido alrededor de 1230 inaugura una nueva era en la precisión de la medida del tiempo. Es interesante ver como luego, estos instrumentos culturales servirán a los fines de la organización del trabajo y la disposición de los períodos y ritmos laborales a lo largo de la historia. Con la revolución industrial en el siglo XVIII, asistimos a un giro dramático en la consideración del tiempo. El vuelco de sociedades basadas en economías rurales de agricultura y comercio a sociedades industrializadas precipita una nueva división del trabajo, la familia y el esparcimiento. Las sociedades modernas atravesadas por los avances tecnológicos e industriales ven transformar su tejido urbano y social de manera vertiginosa. Dichas transformaciones producen la emergencia de un nuevo orden mundial y una nueva subjetividad de época, un sujeto de un nuevo tiempo. Vemos en la película de Charles Chaplin filmada en 1936, “Tiempos modernos”, el frenético ritmo impreso por los tiempos de producción establecidos en las fábricas por las infinitas cadenas de montaje, una maquinaria perfectamente cronometrada al ritmo del reloj industrial de la época que deshumaniza al trabajador para convertirlo en un “hombre máquina”, develando la artificialidad de la temporalidad establecida en el mundo industrial del naciente orden capitalista, un tiempo al servicio del capital, de la acumulación, de la explotación del obrero. En ese contexto se ve al protagonista aplastado entre los engranajes de un gigante de acero, que devora su existencia día tras día, hora tras hora, hasta borrar el subjetivo tiempo de la propia existencia.

 

 

Pensar el tiempo hoy no desentona con lo anteriormente dicho, ¿acaso no vivimos a toda velocidad? El filosofo coreano Byung – Chul Han nos habla de una sociedad del rendimiento, sostiene que esta fase del capitalismo nos exige de modos diversos y novedosos. Pasamos de una sociedad de corte disciplinario (aquellas sociedades analizadas por Foucault del siglo XX) a sociedades del rendimiento, en donde los sujetos son emprendedores de “sí mismos”.  El imperativo capitalista de la época es el “just do it”, “adelante, tu puedes hacerlo”, “nada es imposible”. La exigencia de éxito, felicidad y confort destila desde su reverso agudos sentimientos de frustración, apatía e intolerancia. Bajo esta perspectiva pareciera que el tiempo nunca alcanza, el apuro constante somete nuestros breves momentos de “desconexión”, como si en ese espacio atemporal adviniera la asediante exigencia de pertene-ser a lo que el Otro del discurso capitalista indica. La imposibilidad de dicha sustracción como sujeto de deseo implica entre otras variantes de padecimiento subjetivo, la proliferación de enormes masas de sujetos deprimidos. Byun Chul – Han dice:

«La depresión se sustrae sin embargo de todo sistema inmunológico y se desata en el momento en el que el sujeto del rendimiento ya no puede poder mas (…) el lamento del individuo depresivo “nada es posible”, solamente puede manifestarse dentro de una sociedad que cree que “nada es imposible”.» (p.30) (2)

Resulta que esta maquinaria dispuesta al servicio de la producción de sujetos del rendimiento establece coordenadas que suponen y señalan el trazado de un camino al servicio de un goce irrestricto que instaura una temporalidad estandarizada, seriada y desconectada de los intervalos necesarios para la emergencia del campo del deseo. Esta continuidad ininterrumpida deviene en una vorágine que disloca al sujeto del inconsciente y lo rellena de objetos que obturan la emergencia de cualquier interrogante. Me pregunto, ¿es posible una existencia deseante sin la instancia del interrogante? Pareciera ser que la máquina de producir sentidos amedrenta la emergencia de cualquier pregunta posible que interpele los puntos de sutura que el discurso capitalista intenta tejer en el sujeto del deseo. Así, vemos los cuerpos tomados por las resonancias del ritmo de la época, un ritmo que transcurre en la continuidad temporal de un acontecimiento tras otro, de una escena hacia otra sin reparar en la historizacion del devenir de las cosas. Me atrevería a pensar que ese tiempo no es casual, es un tiempo “cómplice”, o como sostiene Maria Rita Kehl “son los tiempos del Otro”. En su libro “El tiempo y el perro. La actualidad de las depresiones”, la autora dice:

«Las formas de organización y percepción subjetiva del tiempo, que aquí llamaré temporalidad, son por lo tanto – lo que en nuestro caso tiene una importancia fundamental – uno de los modos de regulación social de la pulsión.»(p.124) (3)

El discurso capitalista establece una temporalidad específica al ritmo de la regulación social de la pulsión. Digamos que la capacidad de establecer los ritmos sociales de la regulación pulsional del sujeto “a groso modo” es uno de los efectos más explícitos del ejercicio del poder por la cultura dominante. Los cuerpos atravesados por la vertiginosa compulsión a la satisfacción inmediata de sus exigencias pulsionales exponen el “timing” del individuo en la época del capitalismo moderno. Se consume sentido casi sin sentido, se consume información como casi que desinforma, se consume el tiempo que no nos deja tiempo. Así, como en un bucle infinito, la repetición se apodera de la inexorable experiencia de vivir y entre tanto, con el afán de sentir algo, el tiempo se vuelve maleable a lo que hacemos de él.

Alguna de estas cuestiones comienza a quedar en evidencia con este último “contra tiempo” que introduce la pandemia al capitalismo moderno. El encierro obligatorio ha establecido una pausa indiscutible al ritmo que el sistema imprime en la vida social. Los efectos de esa pausa habrán de develarse variados, pero en todo caso, el velo se le está corriendo a la virtualidad del tiempo. Elias Caneti (1983 [1960]) dice que “cuando la fuerza dura más tiempo se convierte en poder”. La presión constante de los imperativos modernos sin duda es el ejercicio de un poder que se imprime en el cuerpo, en el cuerpo simbólico de una sociedad sujetada y orientada hacia los objetos que el sistema ofrece infundiendo sus resonancias en el soma, una promesa de completud que aspira a saciar a un sujeto incompleto por estructura. En ese ejercicio del poder se inscribe también nuestra experiencia del tiempo, un tiempo que se nos presenta como absoluto y continuo, pero que se devela relativo, disyunto, abyecto, inaprehensible. El tiempo del sujeto del deseo requiere sus impases, sus irregularidades, sus espacios. Es el tiempo una zona de conquista siempre resistente, ¿quién puede ignorar la verdad que subyace en la cara virtual del tiempo? El sujeto sabe que el tiempo es relativo, que el presente puede ser tan pretérito como el futuro que hoy ya es presente; es en la dimensión del tiempo en donde podemos establecer un nuevo espacio de conquista, un tiempo nuevo es un lugar nuevo. Este objeto tan extraño como conocido, el «espacio/tiempo» es quizás uno de los vectores en donde también se ejerce el poder en la performatividad de la subjetividad de la época. Así como el hombre industrial alienado al ritmo de las maquinas de producción capitalista expresaba el malestar de su época, hoy la subjetividad expresa su cansancio, su apatía, su nihilismo a la luz de un discurso que arenga al emprendedor de sí mismo a que todo lo pueda, imprimiendo el tiempo del presente continuo, despojando la historia del devenir en el mundo, dislocando al sujeto del inconsciente. Una vez más, finalmente en esta inmanente pausa colectiva, otra vez impuesta por el ritmo de un tiempo otro, quizás volvamos a entrever, tal vez, el último velo de la virtualidad de nuestra temporalidad.

 

 

Referencias Bibliograficas:

  • (2). Byung-Chul Han. “La sociedad del cansancio”. 2° ed. 3° reimp. Buenos Aires: Herder 2017.
  • (1). Hawking, Steohen William.“Historia del tiempo: del big bang a los agujeros negros”. 1° ed. 4°reimp. Buenos Aires: Critica, 2018.
  • (3). Kehl, Maria Rita. “El tiempo y el perro: La actualidad de las depresiones”. 1° ed. Buenos Aires: Cuenco del plata, 2019.